Pasiones

La pasión que anula a la razón, como tema de discusión interno en la Argentina. Lo trae a la mesa Pablo Gómez con esta nota. "Nadie se salva de pasiones en esta tierra, con furias y decisiones alejadas del raciocinio aún desde antes de ser nombrado nuestro país como Argentina".

Pablo Gómez

Difícil explicar a mi país con definiciones de diccionario, y tipeando su nombre en Wikipedia. Imposible es la tarea de comprender por qué, y bajo qué circunstancias, las personas que nacimos en Argentina somos así, pasionales, al extremo de frenar el supuesto destino de grandeza de nuestra tierra, de tanto enfrentarnos permanentemente por pasiones que agrietan el futuro común al que creemos estar destinados. Es como un deporte nacional el compararnos (como si eso fuera posible) con habitantes de otras latitudes, que tienen otras historias y poseen otros apasionamientos; lloramos por no ser Islandia, Alemania o Japón, pero es quizá ese mismo llanto, pasional, parte del problema.

Gozamos descubriendo que la culpa es de otras personas, nunca nuestra. O nos separamos en peronistas y antiperonistas, o más atrás en el tiempo, nos ponemos del lado de la apasionada Revolución del Parque, o de los fríos y calculadores "padres" de la Argentina moderna, que armaron un esquema maravilloso en el que "solo" quedaba afuera el pueblo trabajador. Antes había, de todos modos, pasiones aún más contundentes, que dividieron a la Nación en una guerra intestina entre unitarios y federales, bandos que quienes ganaron definieron como que expresaban la dicotomía entre "civilización o barbarie"; aunque los apasionados desmanes bárbaros que todos infringían a sus oponentes los convierte, en mi opinión, más es una lucha entre barbarie o barbarie, como han de ser, quizá, todas las guerras.

Revolucionarios de Mayo, de aquel lejano 1810, también tuvieron su grieta. Mataron a Mariano Moreno por sus pasiones, sus propios compañeros de la Primera Junta de gobierno. Al mismo Mariano que ya había mandado a fusilar a Liniers, héroe de las invasiones inglesas de un par de años antes, convertido en traidor a la Patria por pretender continuar con un gobierno atado a la monarquía española. Nadie se salva de pasiones en esta tierra, con furias y decisiones alejadas del raciocinio aún desde antes de ser nombrado nuestro país como Argentina. ¿Dónde queda, si no, la historia de la tribu Quilmes, que luego de luchar contra el invasor español, y ya vencida, se extingue por su orgullosa decisión, dejando de reproducirse para cumplir con esa máxima, que seguramente nunca conocieron, que reza que es preferible morir (o en este caso, no nacer) antes que ser esclavo?

Obligadamente deberemos admitir, sinceramente y por más argentinos/as que seamos, que las pasiones no son un invento nuestro, como tampoco el dulce de leche y tantas otras cosas que ilógicamente nos atribuimos. Madurar y convertirnos en un pueblo racional, puede ser quizá una de las opciones, si es que pretendemos sobrevivir como Nación. Aunque la verdad, y a fuerza de ser sincero, no sé cuánto estoy dispuesto a entregar a cambio del supuesto éxito a nivel internacional, y a la promesa de ocupar el lugar de potencia que creemos nos corresponde, lugar que perdemos en cada calentura que resquebraja la superficie de la unidad nacional, generando, una vez más, una grieta que nos frena.

Racionalizar incluye, entre tantas otras acciones cotidianas, ver un partido de fútbol o un recital de rock sentados, y sin reaccionar intempestivamente frente a un efluvio de pasiones que se desarrollan ante nuestros ojos, sea en el fragor de un encuentro deportivo o en las virtudes interpretativas de quienes tocan nuestro tema musical favorito. ¿Aceptaríamos la lógica (y su calma consecuente) por sobre el desenfreno, si es que este fuera un requisito ineludible para lograr el desarrollo como sociedad?

Deberíamos quizá, y vaya uno a saber si esto es posible, apelar a la inteligencia que decimos tener, y a la capacidad de supervivencia en situaciones adversas, para concretar el desarrollo argentino sin olvidarnos de ser lo que somos. Optar por la necesaria y orgullosa pasión que podría (si es que realmente somos personas tan vivas como creemos) ser el combustible que nos impulse hacia un futuro venturoso, que nos permita seguir discutiendo por cada pequeña cosa y argumentando acaloradamente, sin que esto impida el crecimiento del país.

No es una utopía; y si lo es, debería ser la utopía que nos guíe, para satisfacer nuestros egos y lograr sacar a nuestra tierra (y sobre todo a quienes la habitamos) adelante, pero no con recetas importadas, sino con la argentinidad que nos define, para bien y para mal. Aceptarnos como somos; entendernos, y convertir cualquier debilidad que nos frene en una fortaleza que nos guíe es, tal vez, el mayor desafío que enfrentaremos en nuestras vidas.

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