Populismo político y religioso: algo hemos hecho mal

"No condenemos al populismo, ni político ni religioso, sin pensarlo mejor. Abramos la mente en ambos casos y a partir de allí decidamos si comprendemos por qué esta allí, si lo reconocemos o no, si lo aceptamos o no", escribe Alejandro Trapé.

Alejandro Trapé

Advertencia, como en las películas: "Esta nota contiene comentarios e ideas que pueden herir la sensibilidad del lector, se requiere tolerancia, disposición al diálogo y apertura mental".

"¡Que se vayan todos...!"
Clamor popular, Argentina 2001, 2008, 2019, 2021...

Esta vez quiero apartarme un poco del tema económico pura y entrar en otros dos que me atraen igualmente. Son esos temas que "no pueden discutirse en la mesa del domingo": religión y política.

No soy experto en ninguno de ellos pero he leido mucho, muchísimo al respecto y creo estar en condiciones de arrojar esta primera piedra, de manera constructiva. Hoy en el mundo, las redes sociales que permiten canalizar la ira o las frustraciones sin dar la cara, son propensas a matar a los mensajeros y por eso espero que me lluevan mil piedrazos a partir de esto, pero espero que también sean constructivos. Desde que me dedico a divulgar economía, transito por la vida con el casco puesto, no voy a sacármelo cuando opino sobre política o religión.

En materia política el populismo tiene mala prensa, tal vez porque se ha tergiversado su esencia1. Tal como lo anticiparon (sin llamarlo así) los filósofos griegos y los padres fundadores de la revolución norteamericana en el siglo XVIII, el populismo es en realidad una deformación esperable de la democracia, cuando ésta no funciona. Es como una alarma que se activa cuando el sistema democrático (en particular el representativo) se deteriora y la clase política se aleja del pueblo. Una fuerte chicharra que suena cuando, ante la desazón del pueblo que no es escuchado, una persona (o un grupo) suficientemente alerta, advenediza y ambiciosa le "endulza los oídos" prometiéndole al pueblo recuperar sus glorias pasadas, volver a escucharlo y defenderlo de sus agresores y de quienes se aprovechan del sistema.

Aristóteles le llamó "demagogo", Maquiavelo lo bautizó como "príncipe popular" y hoy le llamamos "populista". En todos los casos, se trata de figuras especialísimas, carismáticas, atractivas, que vienen a captar nuestra atención cuando por una razón u otra hemos comenzado a descreer de la política, los políticos y las instituciones que les han permitido atrincherarse en ellas y capturar la democracia.

En el último siglo esto ha ocurrido en el mundo más de una vez y seguirá ocurriendo mientras la crisis de representatividad siga vigente. Para evitarlo, Robert Dahl2 y Adam Przeworsky3 piden "más y mejor democracia", Levitsky y Ziblat4 piden "mejor política", Jason Brennan propone la "epistocracia" (el gobierno de los que saben).

En materia religiosa, en particular en el catolicismo se está dando un fenómeno similar, pero que parte de abajo y va hacia arriba: son los fieles los que, con su accionar lo están pidiendo. Pero el motivo es el mismo: crisis de representatividad de las "instituciones representativas", en este caso, la Iglesia. En América Latina se extiende un fenómeno similar.

Sirven de muestra algunos datos para Argentina5:

  • En todos los relevamientos realizados, en Argentina más del 90% de la población cree, de diferente manera, en Dios.
  • Dentro de este grupo, más del 75% son católicos. Sin embargo, quienes asisten a oficios religiosos una vez por semana están ya por debajo del 20%.
  • La cantidad de casamientos por la Iglesia, bautismo, comuniones y confirmaciones desciende año tras año desde hace veinte.
  • Muchos de quienes no creen en el Dios Cristiano, son creyentes en "otras fuerzas" como la energía, el Gauchito Gil, la Pachamama, la Difunta Correa y el Almamula.

Esto indica que en Argentina, los creyentes, en particular los católicos, muestran una clara tendencia a entablar una "relación personal" con Dios, a rezar en sus casas, leer folletos o ver programas religiosos. La religiosidad no ha disminuido, pero ocurre fuera de los templos. La asunción de Bergoglio como Papa mejoró estos porcentajes, desde entonces más gente declaró que "la religión es importante en su vida", pero pocos volvieron a la Iglesia o retomaron los sacramentos.

Así, en materia religiosa el concepto (puro) del populismo se ha instalado con firmeza en el siglo XXI. Los feligreses siguen siendo fieles a su Dios, pero descreen de la Iglesia como intermediario en esa relación. Numerosos factores han influido, desde conocidos episodios de abusos hasta discusiones sobre temas humanos esenciales como el matrimonio entre personas del mismo sexo, el divorcio o la legalización del aborto, que han ido desanimando a los fieles respecto de los "representantes de Dios en la Tierra".

No condenemos al populismo, ni político ni religioso, sin pensarlo mejor. Abramos la mente en ambos casos y a partir de allí decidamos si comprendemos por qué esta allí, si lo reconocemos o no, si lo aceptamos o no. El germen populista aparece sólo cuando se le da lugar y promete resolver problemas que "el sistema" no ha resuelto (y tal vez, no está preocupado en resolver). Vociferar en su contra no sirve, a menudo es contraproducente. Una cosa puede ser resistirse a sus llamados, pero otra muy distinta y peligrosa es negar su existencia, su persistencia y su terquedad para reaparecer una y otra vez. No se lo combate negándolo, se lo desactiva fortaleciendo, purificando y mejorando al "sistema". Y poniéndolo al servicio de la gente, desde donde nunca debió apartarse.

1. Para comprender al populismo en su verdadera esencia, recomiendo leer "El populismo" de Loris Zanatta y "¿Por qué funciona el populismo?" de María Esperanza Casullo y "Populismo: una breve introducción" de Cas, Rovira y Kaltwasser.

2. Robert Dahl, "On democracy".

3. Adam Przeworsky, "Qué esperar de la democracia"

3. Steven Levistky y Daniel Ziblat: "Cómo mueren la democracias"

5. Estos datos están tomados de las encuestas de la UCA (2013), Ibarómetro (2011), Poliarquía (2014)y del relevamiento de Fortunato Mellimaci (2007 y 2008). Las preguntas acerca de religión han sido excluidas de los Censos Nacionales.

EL AUTOR. Alejandro Trapé es economista. Escribe en el blog "De eso no se habla" que podés revisar haciendo clic aquí.

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