Adictos al fracaso: Argentina necesita terapeutas que den en la tecla

Hace falta un/a terapeuta en condiciones de hacerle comprender a toda la sociedad el vicio político en el que ha caído y revertir sus mañas. ¿Es posible? ¿O hay que entregarse a la frustración alegremente?

Memo

La apuesta de políticos argentinos por volver a recorrer caminos de lo que ya se sabe que no conducen a nada o peor, terminan abruptamente en un precipicio, es una adicción al fracaso que no ha encontrado en la democracia reciente un terapeuta que otorgue un remedio desde la institucionalidad.

El fracaso de matar al que piensa distinto. La admiración y homenaje a genocidas como Lenin, Stalin o Mao Zedong están a un paso de ser continuadas con ofrendas florales a Hitler o Franco por parte de gobernantes desesperados por anotarse un éxito o recibir una palmada de algún poderoso en la espalda, aun despotricando contra "el imperio" o balbuceando consignas soberanistas que incumplen a cada paso con sus ofertas de que hagan lo que quieran con la Argentina a países tales como Rusia o China. Lo curioso es que esa misma rama de la política argentina se robó las banderas de los derechos humanos en el país e impuso un Síndrome de Estocolmo a algunas de las víctimas de las disputas del peronismo de los años 70, que creó tanto a Montoneros como a la Triple A. La vía de matar (sí, literalmente matar) al que piensa distinto o no se suma al "proyecto", fracasó en el mundo y seguirá fracasando porque, como dicen desde el Gobierno en el discurso aunque no en los hechos, "es con todos".

El fracaso cubano. Cuba no es un ejemplo en nada para nadie. Reducir a todos menos a la cúpula gobernante a la pobreza, negarles sus derechos para ser regidos por un grupo de poderosos que vive en una cápsula capitalista en medio de la socialización de la miseria, no es un "éxito", precisamente, al que haya que imitar o el camino que debamos transitar. La cubanización de algunos países o el intento fallido, ha dado pésimos resultados humanos. Su costo se cuenta en avance de la pobreza, de la sumisión, la caída de la calidad de vida, el encierro en las noticias que solo los que gobiernan quieren que la gente se entere. Venezuela no es el camino a seguir. Allí el gobierno disfruta del hecho de que 6 millones de personas hayan tenido que huir buscando refugio en otros países: gracias a eso (y a varias mañas más) se impone. Y aun así, enfrenta cada día los intentos de rebelión de gente que reclama que le devuelvan su dignidad y que no tiene como irse, y le hace frente al horror. Argentina reincide en ese mito y apuesta por defender propuestas como las de Nicolás Maduro o de Daniel Ortega en Nicaragua.

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El fracaso del ombligocentrismo político. El filósofo ítalo argentino residente en Mendoza Sergio Zanier describió lo que ve en Cristina Kirchner, a la que lejos de identificar como "estadista", la ve como una "viva". En una serie de diálogos con Memo sostuvo que "es una referente importante en todo esto. Es una de las personas más inteligentes que tiene el país, sabe de qué se trata, sabe qué hace, sabe a dónde apunta, sabe cuáles son las necesidades del país y sus necesidades personales". Relató de la siguiente forma: como sabe eso, "las injerta, una con otra; las necesidades del país con las propias y hace de eso una ideología, que es parte de un inquilinato nuevo que tiene el peronismo". El fracaso de sumar ejércitos en apoyo de una personalidad solo para regocijo propio y sin resultados para el país, es otro fracaso al que se aferra la Argentina y no solo desde el peronismo: no es una conducta, sino que por repetición ya es una cultura. Será difícil erradicarla.

El fracaso de los golpes de Estado, blandos, duros, gestuales, tontos o como sean. Hacerle ancadillas al otro, al que debe gobernar, solo por envidia, temor, odio o los motivos que se escondan detrás del palabrerío con el que habitualmente se enmascaran las actitudes golpistas, es un fracaso probado. Nadie mejor viene después de ese tipo de intentonas. En los últimos días ha habido al menos dos intentos de "golpe" dentro del país y siempre, originados en la fuerza gobernante: 

1) El de la familia Kirchner y sus empleados contra el presidente delegado (pero legítimo, finalmente) Alberto Fernández. Máximo Kirchner ofreció una señal interna desestabilizadora que, aunque no marcó nada hacia afuera del Gobierno del que todos los que se están enfretando son parte, sí genera dos consecuencias: un gobierno sin músculo y una mirada externa de reojo y con signos de pregunta hacia el futuro de la Argentina.

2) El de los condenados según marca la ley la Constitución que, con el insólito e inadmisible respaldo de funcionarios del Poder Ejecutivo, pidieron la remoción del Poder Judicial. Una marcha que tuvo más menciones en las redes y medios que manifestantes concretos, fue respaldada por al menos un ministro y un secretario de Estado en funciones, e incluyó el abrazo reconciliador (que se puede leer como respaldatorio) del presidente Alberto Fernández con el condenado Luis D'Elía. Si el sentido de la manifestación hubiese sido en contrario, es decir, Congreso versus Casa Rosada llamando al helicóptero presidencial, o Corte Suprema contra el Presidente, exigiéndole su renuncia y la de su gabinete, ¿de qué estaríamos hablando? Eso sucedió contra uno de los tres poderes de la república: un recurso golpista del pasado, una invocación al fracaso para imponer un régimen en donde en nombre de una ideología, sus activistas puedan hacer cualquier cosa, como tomar e incendiar una comisaría, tal el caso que D'Elía muestra como "heroico" y la Justicia se tomó su tiempo en juzgar, otorgarle el derecho a defenderse y condenar.

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El fracaso es una adicción de la dirigencia política. 

Una y otra vez caen en él. El mismo fracaso de volver a ceder en la lucha contra el narcotráfico o el de pretender, como lo hace el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, enseñarles a los jóvenes a disfrutar de sus adicciones, como lo ha hecho el funcionariato de Axel Kicillof desde las áreas que, en lugar de promover la salud, se vuelven compinches de los que venden y consumen estupefacientes.

Pero nada de esto ocurre sin que la ciudadanía lo apruebe. Los que gobiernan lo hacen porque han ganado elecciones: la gente los votó. No vale arrepentirse, pero sí se pueden corregir los errores, con otra elección, como corresponde, y aprendiendo lecciones, poniendo gente capaz. No sirven las marchas, es otro fracaso que da ilusión de triunfalismo entre gente que piensa igual, pero que no incluye a la diversidad de la población como sí lo hace un proceso electoral.

Hace falta un/a terapeuta en condiciones de hacerle comprender a toda la sociedad el vicio político en el que ha caído y revertir sus mañas. ¿Es posible? ¿O hay que entregarse a la frustración alegremente?

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