La enfermedad de Aldao

José Félix Aldao, la figura política, militar y religiosa que empieza a resurgir y su dramática enfermedad que lo llevó a la muerte. Lo cuenta Luciana Sabina.

Luciana Sabina

En medio del enfrentamiento entre Unitarios y Federales, un inmigrante norteamericano de apellido King dejó unas brillantes memorias en las que refiere a un reo muy particular al que vio llegar a Córdoba, proveniente de Mendoza:

(...) había adquirido mucha notoriedad con motivo de la rara crueldad de su carácter y también por el hecho de haber arroja­do los hábitos y tomado la espada. Era el general Aldao, que por causa de su anterior estado dominico, era llamado más común­mente fraile Aldao.

(...) con su cabeza gris descubierta al sol y sus pies atados por debajo de la panza del caballo, entró a la ciudad, y no bien se supo su llegada, mil voces pidieron que fuese condenado a muerte (...). Afortunadamente para Aldao, el gobernador de Córdoba [refiere al General Paz] era un hombre de sentimientos humanos, o por lo menos, tanto como podía esperarse o era poco frecuente encontrar en los hombres con poder que se habían elevado en este país, e interponiendo su autoridad entre el pueblo ex­citado y su esperada víctima, le salvó de su furor. Aldao fue confinado solitariamente en uno de los más oscuros calabozos del Cabildo, con una guardia permanente en la puerta (...). Confieso que mis simpatías estaban con él, no obstante su mala reputación."

Una vez caído Paz. El mendocino recuperó su libertad.

Años más tarde de este incidente Félix Aldao gobernó Mendoza. Meritoriamente intentó poblar el sur de la provincia, repar­tiendo semillas entre los pobres y manteniendo durante un tiempo a las familias chilenas que se instalasen allí. Sin embargo, el verdadero cariz de su administración se ma­nifestó al autofacultarse "identificador de dementes": por decreto, los unitarios a los que él consideraba locos sufrían confiscaciones y en algunos casos encierro.

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En general mantuvo buena relación con la clase alta, bene­ficiando a hombres como Tomás Godoy Cruz (antiguo enemi­go). Mientras tomaba medidas para contentar a la masa, por ejemplo levantando la prohibición de las corridas de toros para festejar el aniversario de la Revolución de Mayo.

A principios de 1844, Aldao sintió fuertes y recurrentes puntadas sobre su frente. Poco después apareció en el lugar un grano del que intentó librarse con presiones dactilares o bien aplicando ungüentos. La protuberancia y la desesperación crecieron a la par. El tumor terminó teniendo el tamaño de un huevo, por lo que dejó sus "procedimientos caseros" y fue con el cirujano español Cayetano Garviso, quien extirpó la carnosidad maligna. Se trataba de un médico de 37 años que estaba de paso en nuestra ciudad y que terminó radicándose en Perú.

Enterado Rosas, envió a su cuñado -el doctor Miguel Rivera- para atender al enfermo. Por las memorias del médi­co conocemos el calvario del ex dominico.

Dado que el tumor creció nuevamente, el nuevo médico tam­bién lo operó. Félix se mostraba abatido. A veces escapaba del encierro cotidiano y paseaba por la icónica Alameda mendoci­na, que alguna vez también recorrió San Martín y bajo cuyos árboles le gustaba descansar a Facundo. Como único consuelo quedaban al caudillo los placeres de la carne, que según Rivera lo debilitaban y le causaban desvanecimientos.

José Félix Aldao, un olvidado

Señala el doctor que en cierta oportunidad -harto de tanto sufrimiento- el ex fraile "se dirigió a un ropero, trata de sacar de él una pistola cargada que allí tenía. Doña Romana -su última mujer-, con el fin de evitar que el enfermo se apodere del arma, cierra violentamente la puerta, y el portazo da con

tal fuerza sobre el tumor que Aldao casi cae al suelo del dolor. Con el arma en una mano el general sale de la habitación y comienza a pasearse presa de gran exaltación, por debajo de los corredores. Nadie se atreve a arrimársele (...) cuando vio llorar a doña Romana dióle el arma y se retiró a descansar".

Tras consultar los archivos eclesiásticos encontramos que Aldao tuvo, al menos, 19 hijos no reconocidos. Siendo gobernador tuvo dos pequeños que no superaron el año junto a Romana. Como vemos en el acta el nombre del Aldao se encuentra tachado y el bebé fue enterrado en el templo de Santo Domingo.

Aldao murió poco después. Dispuso ser sepultado con su viejo traje de dominico. 

Acta de nacimiento de un hijo de Aldao.

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