AMIA: los sonidos del terrorismo y el silencio de la justicia

El recuerdo del 18 de julio de 1994 cuando escuché la explosión que nunca imaginamos.

Del horror del atentado a la AMIA no puedo olvidar los sonidos: primero la explosión, luego las sirenas, luego los gritos, el llanto, luego el silencio atronador esperando que se corte con alguna muestra de vida bajo los escombros. 

La mañana del 18 de julio de 1994 estaba esperando el tren para ir a trabajar cuando se escuchó el estallido. Eras un sonido lejano pero que no dejaba dudas a pensar que era grave, aunque nadie en ese momento imaginaba lo que había sucedido.  

Cuando llegué al trabajo se escuchaban las sirenas de las ambulancias, de los bomberos, de la policía. El aire olía a humo. En la oficina ya estaban todos mirando la televisión, la imagen de una bestial montaña de escombros y decenas de ambulancias que iban y venían, en medio de una confusión absoluta donde personas de traje se mezclaban entre los restos del edificio con bomberos, médicos, personal de Defensa Civil, todos escarbando, quitando piedras en baldes, tratando de salvar vidas. 

La oficina estaba a unas 20 cuadras de la calle Pasteur pero las ambulancias y los bomberos pasaban por nuestra calle y el sonido era ensordecedor. 

Hoy, 28 años después, ensordece la impunidad y el silencio de la justicia. 

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