El otro libro: lo que Luis Ábrego dijo sobre "Aromas de vida", la obra de María Teresa Barbera

El periodista Luis Ábrego fue el responsable de presentar "Aromas de vida", el último libro de la cocinera María Teresa Barbera. Sus conceptos bien podrían ser parte de un apéndice del volumen presentado públicamente en Francesco Ristorante. Aquí, el texto completo: un disfrute extra.

Este es el texto de presentación del libro "Aromas de vida", el último trabajo de María Teresa Barbera, con el que el periodista Luis Ábrego participó del acto.

Debido a su calidad, Memo lo pidió para exhibirlo ante muchos más de los que pudieron estar presentes en el acto de puesta a disposición del volumen de la particular cocinera.

Es el siguiente:

Advertencia preliminar: Pese a ser el fruto de una cocinera, Aromas de vida no es un libro de cocina. Mucho menos, a pesar de lo que pueda pensarse, un texto de recetas. Gran alivio entonces para que los lectores no se vean tentados a intentar imitarla. Hay que reconocerlo, no les va a salir... Mejor será concentrarse en la historia que hizo que tal vez los platos de María Teresa Corradini de Barbera hayan incorporado, con el tiempo, ingredientes exclusivos. Esos que no se consiguen en ninguna feria ni mercado. Que sólo los da la experiencia de la vida, con sus notas amables y sus tonos oscuros, con los que cada uno debe afrontar este mundo.

Y en el tránsito que es nuestra existencia, que a veces parece una carrera con obstáculos, María Teresa ha puesto algo más que ese sacrificio y esfuerzo que siempre se le reconoce. A lo largo de 70 años puso también la determinación, el coraje, la paciencia y hasta el dolor.

No puedo dejar de pensar que esos sabores dulces y amargos tan personales e intransferibles, combinados con la tradición italiana y la impronta argentina fueron lentamente transformándola a ella, pero también a su cocina y a su legado, en un emblema de la gastronomía mendocina. Y con eso, de nuestra cultura.

Aromas de vida, sí es la siempre fascinante historia de los inmigrantes. No muy distinta de muchas otras que escuchamos de nuestros abuelos o de los abuelos de nuestros amigos y conocidos. Sólo que aquí se escribe en primera persona. No hay un testimonio conocido por el relato oral, es María Teresa y su familia en presente. Con la necesaria carga de nostalgia, pero también de resignación que implica siempre ser un poco extranjero, aunque se haya nacido aquí. O aunque ya no te vayas a ir jamás. El desarraigo no es físico, es -si se quiere- también, existencial. Pero como ella misma dice, "son nuestros hijos los que nos llevan a amar la tierra que los vio nacer".

Y vaya si no hay amor a fuego lento a la familia, siempre presente, pero también a Mendoza y a los mendocinos. En definitiva a la Argentina que duele y también contiene. Primero como ideal ilusorio de un futuro mejor; luego como esa obra inconclusa que tercamente hay que terminar de construir con trabajo y empeño.

Recorrer las páginas del libro es asistir a una vida de película, no exenta de tragedias, travesías y celebraciones atravesadas por flagelos como el fascismo, la guerra y la pobreza; pero también la búsqueda de la América como la tierra prometida, y los vaivenes de un país que seducía de abundancia pero que siempre te la cobra con despropósitos.

María Teresa Barbera presentó "Aromas de vida", su último libro

María Teresa asume su propia historia no para victimizarse, sí para que todos quienes la leamos podamos dimensionar las razones del mérito. Incluso, cuando las oportunidades son escasas o el contexto no ayuda. En aquellos días de necesidad extrema no había tiempo para pensar en otra estrategia que no fuera la superación. Esa que exige levantarse muy temprano y acostarse muy tarde con el único objetivo de salir adelante.

Ella narra con fluidez momentos terribles de su vida que suaviza con la mirada de la niña o la adolescente que fue, la mujer decidida y en la que ya anidaba esa abuela que hoy es: comprensiva pero rebelde; un poco dulce, un poco pícara; tenaz hasta la obstinación; agradecida pese a todo.

En sus páginas hay muchos recuerdos que alguna vez ella misma me contó casi al pasar, mitad en castellano mitad en italiano, café de por medio. Porque el don de la charla con sus clientes es una marca de estilo familiar que en el libro se plasma como un anticipo de lo que después fue la misión de todos sus emprendimientos: satisfacer al cliente. No sólo con buena comida, sino también con un buen momento que permanezca en la mente y en los sentidos, mucho más allá del tiempo, incluso cuando la digestión termina.

En realidad, el libro es también una historia familiar a través de sus distintas generaciones, donde el aporte de Jaime Correas, que según me cuentan, dio el puntapié inicial y luego asesoró en el proyecto, es evidente. De él aprendí que la Historiografía también puede ser la historia particular de los individuos que participan de las grandes gestas. No necesariamente próceres o héroes. Gente común que forja un destino, cambia el paisaje, o hace historia. Y vaya si María Teresa y los suyos lo hicieron. Algo que Jaime relató muy bien con sus Historias de familias mendocinas, donde los Barbera bien podrían estar.

María Teresa Barbera revela en un libro su receta más secreta y pública, a la vez

Pero con Jaime también aprendí que todas las grandes historias son, necesariamente, historias de amor. Y vaya si esta lo es. Los recuerdos de la Italia devastada son añoranza que resaltan entre la valentía de su padre Lucio y su mamá Fernanda, destacados partisanos que no dudaron en ponerse del lado de la libertad y hasta arriesgar su pellejo en ello. Pero también la idea de emprender, en 1948, el viaje de sus vidas en busca de un futuro mejor para los hijos, lejos de la guerra. O de las ruinas, la desolación y la miseria que quedaron a su paso.

De pronto, Mendoza (previo paso por Buenos Aires y luego San Juan) se acerca a las expectativas de lo que había significado haber cruzado medio mundo. Y es aquí donde el recomenzar se transforma en ese tiempo continuo que suele marcar, sin cansancio, a los hacedores. Hacer y corregir. Hacer y mejorar. Hacer y deshacer. Pero siempre hacer.

Todo bajo la impronta inicial de la nona Fernanda -su mamá- que, de manera premonitoria, buscó en 1949 recrear la cocina de Le Marche, en la Italia central, cerca del Mar Adriático, sólo que en medio de este desierto cordillerano al pie de Los Andes. Así, se inicia una tradición de buona cuccina, pero también un lugar de encuentro para paisanos de todas las regiones que buscaban su horizonte en la postguerra.

Hasta allí llegó, unos años después, Francesco Barbera para enamorarse (y ser correspondido) de la hija de Fernanda, la bella ragazza María Teresa, entre mesa y mesa. Entre plato y plato. Y casi les diría que el resto de la historia, sin miedo a spoilear, es conocida.

Todo esto que yo aquí sintetizo con exceso periodístico, incluso a riesgo de saltos abruptos, está narrado en el libro con lujo de detalles, casi como si la misma María Teresa te lo contara en una sobremesa.

Armoniosamente compaginado por la querida Analía Andrades que se enamoró de esta historia como lo harán todos quienes la lean; repleta de fotos históricas, documentos e imágenes actuales de Carlos Calise y que Fabiola Prulletti ha sabido entrelazar para configurar un producto editorial acorde con la protagonista.

Como buena contadora de anécdotas, el libro está repleto de ellas. Me quedo con una. Y no es precisamente aquella que podría haber torcido el rumbo de esta historia si como todo indicaba, nuestra heroína se hubiera transformado en peluquera... si no la de sor Guillermina, una de las religiosas del colegio al que María Teresa fue destinada después de la guerra en Macerata, donde aún esa niña ni soñaba con la cocina. Tanto que la monja, tal vez un poco saturada de algunos desatinos entre las ollas, le espetó sin contemplación: "¡¡Corradini, sos la negación de la cocina!!" ¿Qué habrá sido de la vida de la hermana Guillermina?

El libro, también es a su manera un manual de referencia para entender las complejidades del negocio gastronómico, con la imperiosa necesidad de cocinar todos los días, conformar a los clientes, manejar el personal, los proveedores, y que luego toda esa adrenalina termine convertida en la magia de cada plato del menú. Bien servido, sabroso, en un ambiente agradable que invite a volver. María Teresa también entiende de esto, de ese off que tiene que ver más con la experiencia del comensal que con la sapiencia del cocinero. La cocina es técnica; el alma de quien come, un misterio.

Así, la historia personal y familiar siempre en crecimiento, se enlaza con el efecto que esta manera de entender la gastronomía fue produciendo en Mendoza, entre los mendocinos, pero también entre los visitantes. Muchos de ellos, célebres, que por el boca a boca, no quieren irse de la ciudad sin probar las delicias de María Teresa. Todos ellos, desde presidentes a artistas, están reflejados en un libro que enseña, entretiene, emociona y desafía.

A tal punto, que el libro cierra con un puñado de poemas de María Teresa, donde al registro y el testimonio que prima en casi todo el libro, se suma el sentimiento y la reflexión de quien ha vivido no sólo para contarlo, sino también para sentirlo. Un lujo que no todos se dan en la vida, y que tal vez por eso merezca no sólo este encuentro de hoy, sino todos aquellos que sean necesarios donde se celebre la vida, y con ella, la familia, los amigos y las mesas infinitas que se armen para acompañar.

Dice María Teresa: "Bajo el sol del ocaso de Le Marche/ brillaban las escamas multicolores;/ la sal del mar escurría en los canastos/ en tanto las manos tiraban de gruesas sogas/ arrastrando la barca hacia la costa./ ¡Cuánto añoro los chillidos guturales de las gaviotas!/ Pescador de piel curtida,/ pescador del silencio que oye las olas del mar/ yo cocino hoy tu mercancía/ de tenues colores, con hielo... sin mar."

En todo caso, querida María Teresa, en este periplo que es tu vida cambiaste de hemisferio, de continente y de país. Dejaste aquel mar que te inspiraba y lo cambiaste por esta marea de gente que te agradece cada día el trabajo, pero también la redondez del espíritu. Ese que modelaste con aromas de vida, pero también con gustos infinitos, que si ustedes cierran los ojos y abren el libro en cualquier página también encontrarán porque la cocina -repito- es una técnica, pero un buen plato es una puerta al corazón. Al milagro de las cosas bellas. A la eterna experiencia de los sentidos.

No hacía falta un recetario. Lo sabías. Lo que era necesario es que las palabras dieran forma a las historias que hay detrás de los platos, porque de allí vienen los sabores. Que salieran así esas esencias que los definen. Tan exquisitos como inexplicables.

Gracias por hacerlo posible.

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