¡Libertad! ¿Libertad? Sí... pero

"La libertad es necesaria en toda la vida social, no solamente en la individual. Es necesaria en el ejercicio de la democracia. Una libertad que garantice el gozo de la propiedad privada pero sin ir en contra del bien común", sostiene este documento de Ángeles Furlani, de la ACDE, Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa.

Ángeles Furlani

Sin lugar a dudas, la libertad es un valor preciado, inherente al ser humano, imprescindible para el desarrollo de la persona humana, la gestión empresarial, cultural, social, etc. Pero es necesario armonizar la libertad de todos, porque la libertad absoluta se asemeja a la conocida "ley de la selva", donde gana el más fuerte. ¿Y eso es ir en contra de los fuertes? Pues no, en todo caso es no ir en contra de los débiles.

Es tener en cuenta la dimensión social de la libertad y no quedarse estancados en una dimensión puramente individualista. El ser humano es un ser social por naturaleza. Son más quienes lo afirman que quienes lo niegan, y sin embargo a la hora de actuar parece prevalecer un individualismo manco en su alcance social. (Las libertades a ultranza corren el riesgo de ser libertades que ultrajen a otros.)

La limitación de las libertades, muchas veces sostenida en el tiempo y también sentida con mayor presión, sin dudas suscita un fuerte rechazo en el conjunto de la sociedad. En general, cuesta aceptar cualquier tipo de limitación, y por lo tanto, la falta de libertad no escapa a la general.

Pero ni el extremo de la libertad absoluta, ni el extremo de las permanentes limitaciones a las libertades individuales necesarias y naturales, llevan por buen camino, pues ambas niegan aspectos propios de la persona humana: la sociabilidad y la individualidad.

La libertad es necesaria en toda la vida social, no solamente en la individual. Es necesaria en el ejercicio de la democracia. Una libertad que garantice el gozo de la propiedad privada pero sin ir en contra del bien común. Una libertad que permita que el mercado funcione para promover y mejorar la calidad de vida de los seres humanos, no para oprimir más aún a quienes ya viven en la privación extrema ni para alienar cada vez más el estilo de vida de las personas.

Libertad para poder transitar, trabajar, estudiar, avanzar, construir, emprender, nacer, crecer, pensar, invertir... Libertad para vivir...

Reconocer el sentido social de la libertad, es reconocer que la libertad es tal, si es para todos, es decir, si también tiene libertad para poder estudiar el que no tiene los recursos necesarios, si también tiene libertad para poder trabajar quien está en desigualdad de capacidades, si también tiene libertad para poder acceder a una cobertura de salud quien vive en una zona desfavorecida, etc. Sino ¿de qué libertad hablamos? Sino ¿no estamos hablando más de un privilegio que de un derecho universal?

Las libertades individuales no pueden pasar por encima de las garantías sociales.

A veces el remedio es peor que la enfermedad porque los efectos colaterales generan más problemas que la enfermedad misma. Eso ocurre no solamente ante el accionar de un Estado intervencionista, sino cuando en nombre de la libertad, la opresión viene por parte de un mercado que ejerce su poder para el triunfo de algunos y no para garantizar la libertad de todos.

A esta altura cabe entonces preguntarnos cuál es la visión antropológica que sustenta el concepto de libertad que pretendemos,

En las enseñanzas de la Iglesia, la libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada persona humana. Esta libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos, es decir que no se debe restringir el significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal. Lejos de perfeccionarse en una total autarquía del yo y en la ausencia de relaciones, la libertad existe verdaderamente solo cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas. La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal.

Promover una libertad individual absoluta, irrestricta, que limite el rol del Estado a garantizar los libres acuerdos, es negar de plano la función subsidiaria. Pretender que la libre mano del mercado regule con justicia y equidad la generación y distribución de riqueza en la sociedad, es comprometer seriamente el bien común. Pregonar el crecimiento personal basado únicamente en la competitividad y en el propio esfuerzo, es dejar la solidaridad y la fraternidad en el olvido.

Nada de esto significa que el Estado tenga derecho a avasallar las libertades individuales ejerciendo un poder que vaya más allá de sus funciones, ni que la riqueza de una sociedad deba ser distribuida a todos por igual, ni que el trabajo y el esfuerzo personal estén ausentes en el progreso de cada uno y de la sociedad.

Asimismo, reconocer la función subsidiaria del Estado, no perder de vista el bien común y promover la solidaridad y la fraternidad como modo de vida en la sociedad, no significa negar la libertad individual, la iniciativa económica ni el esfuerzo personal, sino, en todo caso, reconocer que la dignidad de la persona humana, de todas las personas, no puede quedar supeditada a la mano invisible del mercado, una mano invisible porque no se la ve, pero que muchas veces también es no vidente porque no ve.

LA AUTORA. Ángeles Furlani es Magíster en Doctrina Social de la Iglesia y miembro de ACDE, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas.

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