"Cuatro estaciones en La Habana" o la caída del sueño revolucionario

Roxana Azcurra se mete de lleno con una de las novelas del premiado escritor Leonardo Padura. Para disfrutar de la lectura, una guía para buscar más lecturas.

Roxana Azcurra

Alguien me dijo hace un tiempo que los puentes unen espacios destinados a encontrarse. Coincido. Pienso además que enlazan existencias. Más allá de cierto carácter animista encerrado en esta afirmación, y de que pueda o no ser compartida, siempre sentí una especial atracción por la literatura cubana, y creo que ella me buscaba, destinada a encontrarme. Esa heredera del gran poeta Heredia, el "Cantor del Niágara", y de la que poco o nada se estudia en las escuelas argentinas, a pesar de su larga y reconocida tradición. La memoria escurridiza me acerca una frase de Rayuela que no por trillada es menos eficaz: "Caminábamos sin buscarnos pero sabiendo que caminábamos para encontrarnos". Presiento que eso es lo que pasó cuando descubrí los libros del premiado Leonardo Padura, quien por otra parte rinde tributo a José María Heredia en La novela de mi vida (2002). Alguna circunstancia fortuita haría que nos cruzáramos. En honor a la verdad, fueron mis profesores de la Cátedra de Literatura Hispanoamericana II de la Facultad de Filosofía y Letras quienes me presentaron Máscaras (1997), una de las novelas más impactantes que he leído y en mi opinión, una de las más logradas del escritor cubano. Un golpe bajo a mi percepción algo idealista del mundo.

Esta ficción forma parte de un ciclo más amplio: Las cuatro estaciones. Cuatro historias, una por temporada, editadas por Tusquets entre 1991 y 1998 y llevadas a la pantalla de Netflix recientemente como Cuatro estaciones en La Habana. Máscaras, la tercera novela de la serie, está ambientada en el verano habanero de 1989. En medio de un clima sofocante, es hallado en el Bosque de La Habana el cuerpo sin vida de un travesti, hijo de un alto funcionario del régimen castrista. Todo lleva a sospechar que se trata de un crimen pasional. Un cordón de seda roja se ajusta al cuello de la víctima, Alexis Arayán, y dos monedas de oro han sido metidas en el interior de su cuerpo a modo de venganza. Con estos detalles truculentos utilizados como pistas que alimentan el enigma, se da inicio a un relato que nos mantiene en vilo hasta el final. La peculiar investigación será llevada a cabo por un policía poco ortodoxo, Mario Conde, que entre habanos, "dos meses a dieta manual" (126) y altas dosis de alcohol, des-cubrirá poco a poco los dobleces de una sociedad igualitaria solo en apariencia.

El vestido rojo de la víctima fabricado para el estreno de Electra Garrigó, obra del dramaturgo Virgilio Piñera, será la excusa para la otra trama de esta historia. Durante el proceso indagatorio, en una habitación de su casa transformada en escenario, Alberto Marqués, director teatral y principal sospechoso del asesinato de Alexis, introducirá al policía _un "machista estalinista" como se autodefine_ en la peripecia en torno a la censura y la homofobia padecida por un grupo de intelectuales durante el "pavonato" o "quinquenio gris" en la Cuba de los setenta. La tensión interna del detective sale a flote principalmente en los encuentros que tiene con el homosexual, ya que ambos juegan a mantener posiciones extremas. Conde es el portador de valores instituidos que determinan su comportamiento. Es a partir de estos diálogos que su autopercepción evoluciona. Los relatos del "Marqués" se verán enriquecidos por la memoria. Con nostalgia recordará su viaje iniciático a un mundo nuevo inaugurado por el Mayo Francés, que como la Revolución Cubana, era portador de promesas de cambio. El Recio, tributo a Severo Sarduy y "el Otro", cuya identidad el lector deberá descubrir en actitud colaborativa con el narrador, recorrerán junto al relator de la historia las calles y bares parisinos de fines de los sesenta. Pero los sucesos se complicarán a su regreso a la isla. Cuba ha cambiado por la intolerancia del régimen hacia lo que son consideradas transgresiones político-ideológicas y sexuales. En este contexto, Alberto Marqués es condenado al ostracismo. El excéntrico personaje desaparecerá antes de brillar con la obra que no llega a estrenar, para reaparecer en el presente de la investigación como sospechoso. Sin embargo, será él quien ilumine la ceguera del investigador con sus mensajes en clave. El policía no solo descubrirá al asesino, sino que en él operará un cambio definitivo.

Los libros de Padura.

Este creo es uno de los aspectos más interesantes de la novela, ya que el personaje central comenzará a descubrir, reconocer y aceptar los matices de un mundo heterogéneo resistente a cualquier tipo de prescripción. Y en este acto, los hará visibles, algo que no ocurre con las novelas policiales de contraespionaje conocidas como Policial Revolucionario, antecesoras de la obra de Padura. Como una revelación, el lector accederá al submundo habanero, donde hay lugar para la fe religiosa y un pensamiento menos ortodoxo. Un subsuelo que encubre personajes y situaciones dispares bajo la máscara de la homogeneidad. A partir de esta revelación, similar a la de Alexis Arayán cuando encuentra en el episodio bíblico de la Transfiguración el modo de morir, Conde cuestionará sus propias creencias y las de su generación. Es que Mario, como Alexis o Alberto, oculta su propia condena: la de haber crecido y vivido con fervor un sueño traicionado. Ese que cayó hecho trizas cuando en el Pre de la Víbora debió abandonar su vocación literaria por no adecuarse a los cánones de la época. Esta condena que arrastra su destino con una fatalidad casi indomable, también lo hace con el de sus amigos: el "Flaco Carlos" que yace en su silla de ruedas víctima de un balazo recibido en la Guerra de Angola; o Andrés, el médico que decide emigrar a Estados Unidos junto a su familia en Paisaje de otoño (1998), la novela que cierra el ciclo.

Con tono desencantado, Máscaras revela los entretelones de la Revolución Cubana, el arribismo político y la traición a la gesta revolucionaria, inmersa en el clima efervescente del 89. Un clima enrarecido fuera de la ficción por el fusilamiento de los oficiales Arnaldo Ochoa, Jorge Martínez, Antonio de la Guardia Font y Amado Padrón, condenados en un juicio sumario, y fusilados un mes después de ser arrestados, a punto de comenzar el Período Especial, que sumiría al país en una etapa de grandes carencias.

Con esta novela, Padura nos lleva de la mano por las calles de una ciudad corroída por el deterioro; un espacio simbólico atravesado por la desigualdad, un montaje de sociedad justa e igualitaria. Con una prosa cargada de lúcidas reflexiones, el escritor representa la caída del sueño revolucionario:

"Las antípodas, pensó Conde... mientras observaba otra vez la casa de Faustino Arayán y la comparaba con la gruta húmeda y oscura donde vivía Alberto Marqués [...] Entre aquellos dos espacios existía un abismo insalvable y sin puentes posibles...que los alejaban y los distinguían, como la luz y las tinieblas, la pobreza y la opulencia, el dolor y la alegría" (p. 86).

Continuará...

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