El ciudadano, en medio de la miseria y los fanáticos aplaudidores

Por un lado tenemos a los que no son capaces de una mínima autocrítica y por el otro los que pareciera que se ponen felices si es que no llegan vacunas al país. En el medio, el ciudadano que va de un lado a otro sin poder proyectar su vida y que se llena de incertidumbre.

Durante una conversación muy constructiva que mantuve esta semana, me manifestaron que en realidad las certezas son una falacia, pero que en la "normalidad" la falacia es más creíble. Me pareció una frase muy acertada para el momento que enfrentamos, porque más allá si se coincide o no con el concepto, lo que explica es que en la vida no tenemos el control de nada y por eso, entre otras cosas, nos desestabiliza tanto la pandemia y nos genera un gran signo de pregunta sobre el futuro.

En la actualidad nadie puede asegurar cuándo vamos a salir de la pandemia o cuándo vamos a volver a la "normalidad" que teníamos antes de que el covid-19 se esparciera por el mundo. Como si eso no fuera lo suficientemente complejo para el ciudadano de pie, además se debe enfrentar a la grieta que sigue más abierta que nunca. En momentos como estos necesitamos que, aunque sea por un instante, tiendan un puente entre sus visiones e intereses y se ocupen de los temas que realmente le preocupan a la población.

Estamos entre la miseria y el fanatismo, librados a nuestra propia suerte, porque lo realmente importante no es tu salud o la mía, es la salud electoral de cada uno de los lados del precipicio (o sea la grieta). Y si alguien se acuerda y pregunta dónde están los que no son de uno u otro sector, la respuesta es simple. Estamos en el fondo del precipicio, dónde no nos ven y no nos escuchan.

Esta semana pudimos ver en acción a ambos bandos, por un lado los que celebran las explicaciones de Alberto Fernández, en las que no dice nada concreto para justificar que no se haya acordado con Pfizer. Por el otro, están los que pareciera que se alegran cuando se demoran las vacunas y casi celebran que todo el proceso vaya lento. Pareciera que viven en un país paralelo en el que no se pueden infectar o fallecer ellos, sus familias o sus amigos.

Lo peor de todo es que ninguno de los dos puede considerar que tiene la razón en esta historia, porque lo que hizo mal la Nación también se vivió en un u otro momentos en los gobiernos locales. Ningún color político se puede atribuir una buena gestión sanitaria, porque todas son deficientes y todas tuvieron un Estado ausente que no pudo cumplir con las necesidades de su población.

No podemos estar en manos de dirigentes que tienen comportamientos miserables y tampoco en manos de aplaudidores incapaces de ver lo que se puede hacer mal. No los hemos hecho bien, pero siempre lo podemos hacer peor si es que en los momentos más complicados, como los actuales, no bajamos los intereses partidarios y ponemos primero a los ciudadanos.

Si en realidad las certezas son una "falacia" que en la normalidad nos parecía más creíble, por lo menos no sumemos más incertidumbre a la que normalmente se genera a partir de la falta de control que tenemos en esta situación. Por eso, al señor político que no se va a enfocar en la población, sus miedos y necesidades, hay que decirle que de un paso al costado. Decirle que se siente a mirar y espere que todo esto pase, que no se preocupe porque la Argentina no lo va a decepcionar y va a seguir siendo la misma de antes. Va a poder seguir haciendo lo suyo por lo menos unos cuantos años más.

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