Y partieron por el mar... a plantar viñedos

La búsqueda del reencuentro en pos las diferentes corrientes migratorias que llegaron desde Italia para hacer grande a Mendoza. Escribe el Prof. José Jorge Chade.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza

Conocer inmigrantes nunca deja de ofrecer sorpresas, así como estudiar la migración sigue siendo un enriquecimiento constante para renovar el entusiasmo y las ganas de hacer. Creo oportuno en época de Vendimia y en vísperas de la Festa in Piazza remitirme a las numerosas imágenes y esas imágenes que nos transportan a la historia de un país y de un pueblo, pero también a la geografía, los colores, los Sabores de mil paisajes y de mil comunidades que en Italia o en el extranjero han buscado y encontrado su felicidad. Someramente quiero destacar en este artículo a la comunidad italiana que salió del país hacia Argentina. 

Una travesía larga, peligrosa, apasionante, realizada -y esta es la especificidad de estas líneas- con la intención de llevarse un pedazo de uno mismo y de su identidad a través del océano, es decir, un sarmiento de vid que se convirtió en viña y que luego se materializó en vino, botellas y empresas. Y se hicieron a la mar para plantar viñas.

Un viaje a un espacio y paisajes en los que, con la debida sensibilidad, logramos encontrar más historias, más rostros, más Italias. Está la historia de Italia y la historia de Argentina con el encuentro entre dos países y dos culturas, sus diferencias y la fusión resultante desde el punto de vista histórico, económico, político y cultural. Está la historia de los italianos y la de los argentinos, y lo que surge de su encuentro con las transformaciones culturales y religiosas. 

La llegada de los italianos a suelo argentino dio origen a una Argentina cambiante, ciertamente más rica desde el punto de vista paisajístico, con la llegada de las pérgolas, pero también cultural y profesional, con la figura del enólogo y el consumo de vino - y económico. Y llegamos al día de hoy, el papel de las empresas, el impacto económico y los proyectos de colaboración entre las regiones argentinas y las provincias italianas. Los propios italianos, sin embargo, se enriquecen viviendo en un país diferente y ese es el gran valor de la movilidad. La domesticación de la tierra argentina con cultivos no acostumbrados a ese clima ni a esas temperaturas para obtener productos de calidad como en Italia ha empujado a hombres, mujeres, adolescentes y ancianos, familias italianas enteras, a adaptarse con tenacidad primero y al conocimiento profundo de técnicas y trucos entonces sin una educación específica, pero sólo por haber experimentado el éxito después de cien o mil derrotas. Tenacidad, sacrificio, respeto por el trabajo, profundo valor dado a la familia, fuerte sentido religioso: estos son valores, emociones y sentimientos que emergen de las historias contadas desde que llegaron y que se traspasan generacionalmente.

Los alimentos y sabores de la memoria se transfiguran y toman "notas de bondad completamente únicas, vinculándolas también a la nostalgia y a la reconstitución de los afectos humanos interrumpidos" (Di Renzo, 2014, p. 404). "Este memorable e imaginativo 'viajero' entre los alimentos de allá y los alimentos de aquí es una figura constante en la re-propuesta narrativa de las experiencias migratorias" (Gri, 2010, p. 31) y precisamente este viaje confirma una vez más el carácter simbólico Papel identitario, psicológico y de la comida y el vino. Los comportamientos alimentarios de los emigrantes se señalan como un ejemplo de lo que se puede llamar nutrición materna (como la lengua materna): "Ciertos alimentos dominantes se resisten de hecho a un cambio, incluso profundo, en el entorno social e ideológico. Se ha comprobado, por ejemplo, que los emigrantes, aunque a veces abandonan todas las tradiciones de su país de origen, pero permanecen tenazmente fieles a algunas tradiciones culinarias. El vínculo simbólico entre éstos y la patria también puede explicar su utilización, consciente o más a menudo inconsciente, como criterio de identidad étnica: los alimentos que tienen este valor simbólico se ofrecen a los compatriotas, y la concordancia entre la valoración del anfitrión y la del "El huésped" significa la continuidad de su vínculo, es una comunidad expresada en términos de juicios compartidos sobre objetos sensibles como la comida. El consumo de ciertos platos tiene de hecho el valor de un verdadero culto a los orígenes" (Valeri, 1977, p. 358).

La viticultura y el vino son claramente productos identitarios: "Entre los productos típicos de la agricultura italiana, el vino es sin duda el que representa, quizás más que ningún otro, el símbolo de una cultura, de una civilización que se desarrolla a lo largo de milenios de historia en una compleja estratificación de pueblos cuya sucesión ha dejado huellas imborrables en el paisaje de muchas regiones. [...] Por lo tanto, un sujeto social, sujeto cultural, sujeto religioso, sujeto económico que, a lo largo de los años, siempre ha jugado un papel protagónico en la vida del país" (Gasparini, 2005, p. 102). El estudio del proceso que vinculó estas prácticas agrícolas, agroalimentarias y vitivinícolas con la emigración representa, por tanto, un elemento ejemplificador del fenómeno identitario y al mismo tiempo permite profundizar en las prácticas sociales que han extendido a los migrantes por tierras argentinas. La comida, de hecho.

Y se hicieron a la mar para plantar viñedos tiene un doble valor significativo dentro de una sociedad porque, por un lado, constituye un indicador de sus transformaciones y, por otro, es la consecuencia material del complejo entrelazamiento entre continuidad y transformación que ha caracterizado los procesos de modernización de los últimos siglos (Capatti, De Bernardi, Varni, 1998). Así, el vino y su producción en Mendoza es la expresión de prácticas agrícolas, de organización social, de la introducción de nuevas técnicas y tecnologías pero al mismo tiempo del mantenimiento de tradiciones: es, en esencia, la expresión líquida de una sociedad en movimiento. Los inmigrantes, en su mayoría agricultores, estaban acostumbrados a trabajar en el campo, a cultivar maíz y patatas, a cultivar vides y a producir vino, y no querían renunciar por completo a sus tradiciones, sus sabores, sus ritos de socialización en una tierra desconocida. Muchos intentaron cosechar los frutos de su sudor guardando esquejes y semillas en sus bolsas. Se dice que las mujeres habían intentado guardar algunas semillas insertándolas en los dobladillos de sus faldas para no perderlas durante las duras pruebas del viaje y eludir los controles aduaneros. Muchos no sabían qué era legal cruzar la frontera y las mercancías permitidas variaban con el tiempo (por ejemplo, cuando los franceses extendieron su protectorado a Túnez impidieron la entrada de viñas extranjeras para defender su producción). Los esquejes de vid no se podían esconder en las faldas, sino que se escondían secretamente en los pantalones de los hombres.

O colocarlas con cuidado en la oscuridad de bolsas de yute, introduciéndolas dentro de las patatas para mantener la humedad durante las semanas de viaje. A pesar de las sequías o de intensas lluvias y de la mala tecnología de la época, a pesar de la inversión de las estaciones debida a la ubicación en el hemisferio sur (y a la inobservancia del calendario experimentada desde hace años), los emigrantes que llegaron a Argentina lograron crear nuevas tierras agrícolas. paisajes con "sabores y olores italianos". Además, la presencia de inmigrantes italianos en Argentina está documentada pero en los primeros siglos de la inmigración esto se refería tanto a un número reducido de inmigrantes como a la presencia preponderante de hombres. La emigración de finales del siglo XIX, sin embargo, provocó la salida del norte de Italia de familias enteras, hombres, mujeres, niños y ancianos, y provocó también la salida de las vides que tradicionalmente se cultivaban en esas regiones.

El vino es uno de los elementos que constituyen esta identidad: la copa de vino en la mesa italiana se ha convertido con el tiempo en un icono expresivo de las prácticas gastronómicas de toda la nación y de la identidad de sus habitantes. Si la comida se encuentra en el papel constitutivo de la identidad de una población y entre ésta se incluye el vino, entonces podemos estudiar todo el proceso de transmigración de la vid italiana en las tierras de emigración, la producción de vino y su consumo como una práctica vinculada al proceso de construcción de la identidad individual y colectiva.

Buscaremos en el territorio signos que atestiguan el vínculo entre la inmigración italiana y la viticultura, con la esperanza de suscitar la reflexión del lector, y quizás también su deseo de visitar esas tierras, con la conciencia de que los millones de emigrantes y nativos que viven en el extranjero hoy representan un hilo dorado capaz de unir paisajes y poblaciones en una relación bidireccional que podría beneficiarse de una mayor valorización. Hay una Italia fuera de Italia que difunde lengua, cultura y tradiciones que intentamos honrar en este tiempo de vendimia. Buona Vendemmia mendocinos!!!

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