El hada de las tijeras: breve relato sobre un gesto feminista del bueno

Isabel Bohorquez y una historia que redescubre a personas que devuelven la confianza en la humanidad.

Isabel Bohorquez

En estos días en lo que todo parece tan ideologizado y cada palabra tiene el peso de las connotaciones que deben responder a las "correctas" formas de pensar...

En estos días donde la desconfianza, el refugio de lo individual y próximo, del aislamiento en el propio ser, en el territorio conocido y cercano, que aleje a otros que puedan ser una amenaza...

En estos días donde lo que escasea es la empatía sin restricciones, sin examinar las banderas o los dogmas, sólo por un puro acto de amor humano...

Aparecen personas que te devuelven la confianza en la humanidad.

Esta breve historia trata justamente sobre alguien así.

Asoma ella, tijeras en mano, la observa detenidamente y le pregunta por qué se quiere cortar tan cortito el cabello. La clienta le responde con ojos tristes que necesita un cambio. El entorno hace silencio. Hay mujeres en la zona de lavado, otras sentadas frente al espejo y al costado, en los sillones de espera, otras más que aguardan su turno. La última en llegar, se ubicó estratégicamente para seguir de cerca la escena del corte mientras se toma un café. Todas prestaron atención sin disimulo. ¿A quién no le interesa una respuesta de esa magnitud?

Ella la preparó con ternura: fue separando su cabellera mojada mechón por mechón mientras los agrupaba abrochados sobre su cabeza, le mostró fotos de opciones de corte y le fue hablando suavemente sobre lo bueno de tomar una decisión tan radical... La clienta mantenía los hombros bajos y el mentón caído y de repente dijo: "anoche lloré toda la noche, no quiero volver más con él". Todas las presentes aguzaron tanto el oído que el silencio se volvió un enorme envoltorio de sus palabras.

Las cabezas empezaron a asentir y se escucharon murmullos.

Ella continuó procediendo con el cabello, acomodando mechones y girando de ángulo para apreciar el escenario donde pondría a actuar sus tijeras. Mientras tanto seguía hablándole apaciblemente.

Y comenzó a cortar.

El cabello caía en cascadas y ya todas las presentes eran parte de esta historia, de desamor, de desilusiones, de noches amargas, de llantos, de perdones y vueltas a empezar para volver a caer en el mismo sitio oscuro... no hicieron falta los detalles ni las descalificaciones rencorosas. Todas pudieron interpretar los gestos de dolor de una mujer que siente el corazón partido.

Ella seguía hablándole. Giraba el sillón de un lado al otro y luego cuando terminó de cortar, dejó las tijeras reposando, acudió a secarle el cabello, esponjarlo con cremas y movimientos diestros para culminar maquillándola. Le pintó los ojos, las pestañas, el rostro...elogiando cada rasgo y cada atributo.

A esta altura del proceso, cuando la clienta se vio en el espejo, con el cabello impecable y el rostro maquillado empezó a llorar de emoción y el conjunto de mujeres se hizo eco de esas lágrimas victoriosas.

Ella desapareció detrás de una puerta y volvió con una campera de cuero. "Ponete esto" le dijo. ¡Mirá que hermosa sos! La hizo poner de pie. Le calzó la prenda y se sacaron muchas fotos. La clienta posó radiante.

El resto palpitaba en cada gesto. Todas aplaudían y la felicitaban. El coro gritaba el cambio de ánimo y de percepción de sí misma con acalorado entusiasmo.

Se fue transformada, feliz, convencida de la fuerza de su espíritu para cambiar lo que necesita con urgencia cambiar...

Las mujeres volvieron a sus temas y la rutina de la peluquería siguió el resto de la tarde.

Cada una al partir -a medida que iban acabando con la tarea de su interés-, desconocidas entre sí, se saludaron sin saber siquiera sus nombres. Aunque un rato antes habían sido la trama mágica que sostuvo el sortilegio de ella, de esa hada sorprendente.

Nunca vi a nadie con tanta capacidad sanadora empuñando unas tijeras.

Contemplar el poder de las palabras y de esos gestos reparadores me puso frente a una mujer con una inmensa dulzura. Un atributo que parece denostado en los últimos tiempos.

La dulzura -que no es patrimonio exclusivo nuestro- pero que tanta falta nos hace en la vida cotidiana.

En tiempos difíciles, donde las luchas se entablan en base a las diferencias que nunca acercan, donde las palabras parecen ambivalentes y quienes dicen amar pareciera que odian, donde ambos términos se encuentran acorralados por tantos intereses orquestados que se quieren convertir en sus adalides excluyentes...los gestos sanadores resultan un grandioso faro.

Ese feminismo que construye, repara, abraza y mira con esperanza fraterna es todo lo que está bien. Y a veces lo encontramos a la hora de la siesta yendo a cuidarnos el cabello.

Dice Guy de Maupassant: "¿Sabes de dónde nace nuestro verdadero poder? ¡Del beso, solo del beso! (...) Y, sin embargo, el beso no es sino un prefacio".[1]

(Dedicado a Paola Pappa, una auténtica hada de las tijeras).

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.


[1] Fragmento citado en David Foenkinos, La delicadeza, Seix Barral, Buenos Aires, 2012, pp. 197.

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