Impeachment a Trump: Elogio de la disciplina de partido

Un brillante artículo de Roger Senserrich de una larga serie publicada por Politikon.es. El futuro de Donald Trump, en medio de la campaña por la sucesión, en la picota.

Roger Senserrich

Hace un mes, escribiendo sobre las opciones del partido republicano ante el impeachment del Trump, explicaba que la supervivencia del presidente giraba alrededor de la capacidad del GOP de mantener la disciplina interna. En estas últimas semanas, los republicanos han conseguido acallar cualquier duda o reticencia pública dentro del partido para defender al presidente.

Detrás de este logro tenemos un problema de acción colectiva. Es posible, incluso probable, que un número quizás no mayoritario pero en absoluto trivial de legisladores republicanos creen Trump debería perder el cargo por el escándalo de Ucrania. Es muy poco probable, sin embargo, que ninguno de ellos vaya a decirlo en voz alta.

El motivo tiene nombre y apellidos: Justin Amash. Amash representa el distrito número de tres de Michigan, en manos republicanas desde 1993. Amash fue elegido en 2010, como parte de la ola del tea party; es un tipo conservador tirando a libertario que gana elecciones de forma rutinaria por 10-12 puntos incluso en un año espantoso para el GOP. Este mayo pasado, tras la publicación del informe Muller, Amash fue el primer legislador del partido republicano que se declaró a favor de un impeachment.

La prensa aplaudió. Los demócratas le jalearon. Los periodistas se peleaban para entrevistarle. Amash pasó a dominar el debate político en Estados Unidos.

Dos días después, dos republicanos anunciaron que se presentaban a las primarias contra él. Los líderes del GOP en la cámara de representantes le echaron de todas las comisiones y grupos de poder dentro del partido. En julio, harto de ser ninguneado, Amash abandonaba el partido republicano para convertirse en el único independiente de la cámara, y pasaba a convertirse en un paria sin ningún poder real ni puesto en ningún comité legislativo.

Nadie quiere ser Justin Amash. Todos los legisladores republicanos saben que si dan un paso al frente y se declaran a favor del impeachment tendrán un tipo intentando echarles del cargo en primarias a los diez minutos, y todo el partido en bloque en el congreso condenándole al ostracismo en menos de un cuarto de hora. Saben, porque no son estúpidos, que medio partido secretamente les daría la razón, pero también saben que tienen todos los incentivos del mundo para quedarse callados. Es un escenario de falsificación de preferencias de libro.

Por supuesto, hay una forma obvia de salir de esta trampa; los legisladores pueden intentar hablar en secreto para coordinarse. Si un grupo de ocho o diez legisladores republicanos se declaran a favor del impeachment simultáneamente, la capacidad de los líderes del partido para castigarlos es mucho menor. Si el número de voces discordantes crece, es muy posible que otros legisladores descubran súbitamente que están a favor de echar la presidente. Incluso siendo una minoría dentro del partido, la misma división interna dentro del GOP haría que muchos votantes sólidamente conservadores cambiaran su opinión sobre Trump.

Puede parecer una historia improbable, pero esto fue precisamente lo que sucedió con Richard Nixon. El partido republicano estuvo sólidamente detrás de su presidente durante meses hasta que cuatro congresistas (Larry Hogan, Hamilton Fish, Tom Railsback y William Cohen) cambiaron su voto en un plazo de un par de días. Una vez alguien abrió la puerta con fuerza suficiente como para que los líderes del partido no pudieran cerrarla a cañonazos, el goteo de deserciones creció rápidamente hasta forzar la dimisión del presidente.

Esto, sin embargo, es muy improbable que suceda esta vez. Para empezar, la disciplina de voto en congreso está cerca de máximos históricos. Tradicionalmente, los partidos políticos americanos eran bastante anárquicos, con legisladores votando en contra de las indicaciones de sus líderes con cierta frecuencia. Por una serie de motivos que no vienen al caso (y que van más allá de la polarización ideológica: los líderes de ambas cámaras han acumulado mucho poder sin que nadie prestara atención) esto ya no sucede, y los congresistas americanos se parecen cada vez más a los diputados de un parlamento europeo medio.

Segundo, y no menos importante, la aparición de Fox News y el ecosistema de medios de comunicación conservadores adyacente ha hecho que el coste de rebelarse sea muchísimo más elevado. Las bases del GOP, la gente que vota en primarias, lleva meses en una realidad paralela donde el presidente es víctima de una vasta conspiración del deep state contra un presidente que no ha hecho nada malo. Por mucho que las historias sobre el impeachment y todas las pruebas y testigos corroboran que el presidente de los Estados Unidos intentó retener fondos públicos para forzar que el gobierno de Ucrania investigara a un enemigo político, nadie que ve Fox News estos días ha escuchado nada parecido. Cualquier legislador rebelde será atacado por todos los medios conservadores, y la mayoría de las bases del partido nunca tendrán la más remota idea sobre por qué alguien ha osado traicionar al presidente.

Esta férrea disciplina de partido de los republicanos ha conseguido que el impeachment se haya convertido en una pelea puramente partidista, no un debate sobre hechos probados. Tras una tremenda subida en el nivel de apoyo al impeachment en octubre, cuando los líderes demócratas cuadraron el partido y lanzaron el proceso, el porcentaje de americanos a favor del impeachment lleva semanas estancado en el 50-52%, con un 42-44% está en contra. Estas cifras se corresponden casi exactamente a la popularidad de Trump (42% de aprobación, 54% en contra) y a básicamente cualquier sondeo que uno haga sobre las elecciones de noviembre del 2020. Trump, a pesar de presidir una economía con una tasa de paro microscópica (un 3,6%, por Dios), sigue siendo horrendamente impopular, y esa impopularidad parece estar clavada de forma inamovible siguiendo las divisiones partidistas del electorado.

Puede parecer extraño que tener a apenas un 42% del electorado a favor de que sigas en el cargo sea un éxito, pero así es como funciona la política americana estos días. Un impeachment necesita supermayorías para prosperar, y sin deserciones republicanas en volúmenes suficientes como para romper la burbuja de Fox News, esas supermayorías no las vamos a ver.

Lo único que podría cambiar el debate, y dudo que suceda, es que alguien dentro del GOP rompa la baraja. Eso requeriría un senador de peso en el GOP (léase un Ted Cruz, John Thune, o Roy Blunt) en misión suicida o un bloque de representantes con ganas de irse a trabajar a la empresa privada. Aún más improbable sería que alguien salido de dentro de la administración Trump como John Bolton o Rick Perry decidiera testificar bajo juramento en contra del presidente. Los tres escenarios son casi tan improbables como que me toque la lotería esta semana, así que no esperéis gran cosa.

Mi predicción sigue siendo la misma: Trump sobrevivirá. Falta ver hasta que punto sale debilitado (lo más probable) o reforzado. Pero sobre esto hablamos en otro artículo.

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