Los estigmas y las dueñas del feminismo

Emiliana Lilloy propone en esta columna conocer la historia del feminismo para saber cabalmente sobre el feminismo actual.

Emiliana Lilloy

Ya lo decía Nicolás Maquiavelo en El príncipe: para ser un buen estadista hay que conocer la historia. Porque la historia se repite constantemente y los seres humanos son siempre los mismos. Por eso el filósofo de la política analizaba ciertas conductas y modos de proceder para gobernar, porque sostenía que no importaba cuáles fueran las circunstancias (que sí podían cambiar), a las personas siempre les interesaban las mismas cosas y repetían los mismos modos de ser o reaccionar. Así, quien supiera cuáles eran estos intereses y modos de proceder gobernaría sin mayores problemas.

En este sentido, la historia del feminismo nos da información relevante sobre lo que está pasando en este momento. Esto es, que por un lado definirnos como feministas frente a ciertos hombres o espacios implica un estigma descabellado que va desde "el resentimiento irracional hacia todo" hasta "el odio compulsivo a los varones" y por el otro, pareciera que para pertenecer al "feminismo" o participar de ciertos espacios feministas, hay que cumplir con unos estándares y condiciones sin las cuales, según las dueñas del feminismo o según el feministómetro, no podremos nunca ser válidas para el movimiento.

Entonces para unos/as ser feminista es: ser loca, puta, resentida, odiadora de los hombres, despechada, "lesbiana por despechada", complicada, jovenzuela cooptada por algún partido populista que no sabe lo que quiere, etc. Y para las dueñas del feminismo tenemos que cumplir con una serie de ideas, costumbres, acciones, conductas etc. Si no, fuera.

Así las cosas, estar en el mundo y ser feminista se vuelve una tarea irrealizable: o una se resigna a ser de esas mujeres que no muestran su disconformidad (con la ausencia en los espacios de decisión, los abusos, los femicidios, los contantes chistes y comentarios hirientes hacia las mujeres etc) para no incomodar a los hombres y a otras mujeres o se concursa para entrar en el corset del feministómetro adhiriendo ciegamente a todas las consignas y formas de estar en el mundo que las dueñas del feminismo decidan. Tú elijes en qué corset ponerte. Lo que tienes que saber, es que ambos implican un dolor y una disimulación bastante difícil de llevar, porque cuestan lo más valioso que tenemos: ser una misma.

Un poco de historia (que se repite y repite)

Pero no es la primera vez que esto pasa y aquí hay que darle el pulgar a Maquiavelo. Porque contrario a lo que mucha gente cree, el movimiento feminista no surgió con esta marea verde que hoy cubre todas las calles reclamando la legalización del aborto y pidiendo justicia y respuesta por los abusos y femicidios. El feminismo en occidente surge allá por la revolución francesa con militantes de la revolución como Olympe de Gouges que escribió la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, y con pensadoras como Mary Wollstonecraft que escribió la "Vindicación de los derechos de la mujer" en el momento exacto en que las mujeres fuimos privadas de los derechos civiles por parte de los varones de la época. En aquel momento fueron clausurados los clubes de mujeres y en Francia se prohibió la reunión de más de tres mujeres en las calles. Cualquier similitud con nuestra realidad, no es pura coincidencia: la historia, los intereses y los métodos se repiten.

Más adelante (1840) el sufragismo es encabezado por mujeres religiosas que lideraban el movimiento antiesclavista y que a causa de su propia religión (eran quáqueras, una rama del Protestantismo) sabían leer (su religión les mandaba a la propia interpretación de la biblia), tenía experiencia en oratoria y en la construcción de vínculos sociales. Estas mujeres, "burguesas y acomodadas" (como les llamarían ahora las dueñas del feminismo), son las que contra todo sentido común de la época, contra todos los valores y sobre todo contra la autoridad artificialmente impuesta de sus propios maridos y su iglesia salieron a luchar las calles, se organizaron y aunque sólo una de ellas logró votar, 80 años después de haber comenzado su lucha lograron el voto para todas nosotras. Fueron encarceladas, golpeadas, privadas de sus hijos/as (que eran vendidos/as) estigmatizadas públicamente y echadas de sus casas. La historia se repite.

Gracias a estas mujeres, el resto de los derechos civiles entre ellos la educación, fueron conquistados en seguidilla. Con la educación, y parafraseando a Nuria Varela: las semillas del feminismo se diseminaron por todo el planeta. Esas semillas se expandieron por todo el mundo y finalmente nacieron los feminismos: feminismo negro, feminismo radical, feminismo de la diferencia etc. ¿Y qué pasó? Pasó que se proliferaron las demandas, reivindicaciones, modos de proceder, métodos. Cada grupo tuvo sus propias ideas, criterios, estrategias. ¿Y qué pasó? Que empezaron las escisiones, las disputas, los roces e intercambios.

Ya pasó. Ya pasó que las sufragistas fueran estigmatizadas como odiadoras de los hombres, "solteronas gordas dientudas y fracasadas", locas, destructoras de la familia. Ya sabemos que a Olympe de Gouge la guillotinaron por "querer ser hombre y olvidar los deberes que corresponden a su sexo " y Mary Wollstonecraft fue llamada toda su corta vida como "la hiena con faldas" Ya pasó también que las compañeras a partir de los años 60 se disputaron los espacios, discutieron las reivindicaciones, consignas y métodos.

Es que la historia se repite y los seres humanos somos seres políticos, queremos el poder, queremos influir y muchas veces creemos tener la verdad en nuestras bocas. Las mujeres somos seres humanas y como tales, también, reproducimos estos intereses y estos métodos o modos de reaccionar. Como las circunstancias sí cambian, a las sufragistas las estigmatizaron con otros insultos y los feministómetros de aquellas épocas fueron otros, porque los debates, las preocupaciones de los feminismos, la condición de las mujeres y lugares geográficos también lo eran. Pero los intereses y los métodos fueron los mismos.

La historia se repite y algo tenemos que aprender de todo esto. Porque la historia también nos enseña que todas vivimos bajo esta estructura patriarcal y que hacemos lo que podemos con ella. Nos muestra que siempre que defendamos un ideal y valores que incomoden a personas, instituciones, y entidades influyentes en la sociedad que procuran mantener y controlar el orden establecido (en este caso los varones) seremos estigmatizadas y humilladas para frenar nuestras luchas y ejercer resistencia. Y sabemos también, que el truco del patriarcado fue separarnos, aislarnos para que no pudiéramos defendernos de las privaciones de derechos que poco a poco estamos reconquistando juntas. Lo que ya sabemos y que también dijo Maquiavelo: divide y reinarás.

Algo tenemos que aprender.

Al menos tenemos que intentarlo, sobre todo porque todas queremos libertad y esa es fundamentalmente nuestra causa común. Defender la libertad de cada una de nosotras a expresarnos y a ocupar los espacios a nuestra manera: tolerarnos y apoyarnos. Porque ya hemos callado mucho tiempo y porque hoy nos toca expresarnos, y porque queremos un feminismo democrático en el cual como dijo un ex presidente argentino "puedo no estar a favor de tus ideas, pero daría la vida porque puedas defenderlas.

Emiliana Lilloy. Abogada

Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad

Vicepresidenta de la Comisión de Género-Colegio de Abogados de Mendoza

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