El desafío de curar, comer y educar en democracia

El intendente de Guaymallén, Marcelino Iglesias, recuerda aquellos días de 1983 cuando se recuperó la democracia y repasa los 40 años en los que de una u otra manera, fue protagonista.

Marcelino Iglesias

Había puesto el despertador a las 5, pero no hizo falta. A esa hora ya iba rumbo al Comité a recoger las boletas y a buscar algunos fiscales.

En esos momentos, se me pasaron las imágenes de la campaña que culminó ese día, el 30 de octubre de 1983, y recordaba el gran acto con Alfonsín en Las Heras y San Martín el 16 anterior, día de la madre. La recepción de la gente, la buena onda con ese gallego de bigotes que cruzaba las manos por encima del hombro izquierdo y que sintetizaba las aspiraciones de libertad, de progreso y de paz. Pero también me vinieron a la memoria otras imágenes que me recordaron el proceso de 1973 con el ascenso de Cámpora, su rápido final anunciado; las sangrientas luchas internas del peronismo entonces gobernante; los atentados diarios; la guerrilla; la muerte de Perón; la patética imagen de Isabel Martínez, su sombrío entorno; las primeras desapariciones y exilios en democracia; el Rodrigazo; el desabastecimiento; el anunciado final en marzo de 1976, la represión sin freno posterior, más detenciones, secuestros, muertes y desapariciones; la violencia a full.

Luego y ante la pérdida de credibilidad del régimen militar, la aventura irresponsable de Galtieri y compañía en Malvinas, más dolor y muertes, la derrota, el regreso sin gloria. Y también la puerta que se abrió para que la sociedad decidiera su futuro. En ese marco, los debates sobre la impunidad pactada entre militares, peronistas y sindicalistas; mientras Alfonsín, el único que no se prendió en el acting de Malvinas, le hablaba a la gente, al ciudadano y le recordaba que nada hay más progresista que respetar la Constitución.

En esas cavilaciones transcurría cuando pasé por la esquina del carril Godoy Cruz y Sarmiento y me encontré con cientos de colectivos contratados por nuestros adversarios. Se me heló la sangre: ¿sería posible frustrar el cambio que el país necesitaba?

Al atardecer, cuando comenzaron a conocerse los resultados, la gente salió espontáneamente y las calles se llenaron de autos con banderas y personas caminando, celebrando el resultado. Tendríamos una democracia republicana. 

Hoy, a 40 años, hacemos el inventario de las asignaturas pendientes. Nos preguntamos por qué no pudimos lograr que con la democracia se cure, se coma, se eduque. Pasaron muchas cosas. Buenas y de las otras. Por momentos supimos resolver problemas de larga data -conflicto con Chile por el Canal de Beagle-, y encaramos otros -renegociación de la deuda-. Se realizaron los primeros juicios a los responsables políticos de la represión oficial, hubo vigencia plena de los derechos humanos y se respetaron a rajatabla las autonomías provinciales.

Algunos protagonistas, que fueron dóciles con el gobierno militar, no tuvieron piedad con la naciente democracia -sucesivos paros de la CGT-. Se cometieron errores en economía; hubo un contexto internacional adverso para nuestros principales commodities y se disparó la inflación. También hubo varios intentos, de distinto signo, de controlarla, algunos con éxitos parciales y momentáneos, pero el resumen es que hoy está más vigente que nunca.

Sin embargo, en el balance de éxitos y fracasos, tenemos que cargar en la cuenta de estos últimos el gran estigma que ha asolado a nuestro país, sobre todo en los últimos años: el populismo. Esa verdadera lacra que parece ya formar parte del ADN de las propuestas de muchos partidos y/o candidatos. 

El populismo es la promesa fácil, el mesianismo, el tráfico de influencias, las soluciones mágicas y repentinas, la simplificación de los problemas complejos, el decirle a cada uno lo que quiere escuchar sin tener relación con la realidad, el desapego a las normas de buena administración, la mentira permanente a costa de surfear el presente hipotecando el futuro; desembocando todo eso, inexorablemente, en el aumento de la corrupción.

Todos los demás aspectos negativos y asignaturas pendientes de nuestra sociedad, a 40 años de la recuperación de la democracia, dependen, en gran medida, en desterrar estas prácticas populistas. Ese es el mayor desafío y tal vez el más difícil, porque significa un profundo cambio cultural. Volcar nuestros esfuerzos en superar esta situación dará sentido a los deseos de la gran mayoría de la gente, que ese cálido 30 de octubre de 1983, se expresó por vivir en democracia.

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