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No olvidemos el festín de pandemia, que tras los frentes de todos, las uniones por la patria, hoy massismos aggiornados, nos dejaron morir. La opinión de Matías Pascualotto.

Matías Pascualotto

En marzo de 2020, hace ya casi tres años, la realidad superaba la ficción ensayada infinitas veces tras las especulaciones hollywoodenses del cine apocalíptico. Tras la imposición de la cuarentena y las restricciones a la circulación que alcanzaron rango mundial, la lucha por la adaptación se tornó un móvil de vida.

Lejos de la rebelión de las máquinas, y otras yerbas de lejanos terminators, las confusas noticias hablaban de una sopa de murciélago, plato que los gourmets de la gobernanza mundial se pasaban de mano en mano tirándose la receta sin querer ostentar el cargo de autoría.

En el acovachamiento casero, recuerdo los ensayos tras el teléfono móvil, improvisando videos para mis obligaciones de profesor, frente a una pantalla sostenida por el atril formado por unos clips de hojas (artificios que, bastante tiempo después, harían el negocio de innúmeros cursos de plataformas digitales y nuevas tecnologías de la educación). Restringidos los trabajos y la sociabilidad, debimos reinventar la vida: así y todo, los encerrados con trabajo virtual y comodidades de hogar, fuimos, en este apocalipsis mundano, los privilegiados en el sistema.

Pero, bancando, sombríos tras el show, personal de la salud, enfermeros, recolectores de residuos (que recuerdo haber escuchado desde el interior de casa, tras la efectivización del decreto de aislamiento, limpiando acequias y recolectando el horror y el miedo que nadie quería ni rozar), ocupaban las barricadas, como unas razas aparte, exonerada del cuidado satinizador.

Más allá, los otros sostenedores del sistema, los alejados de los formales trabajos, los obligados a un aislamiento a su propia costa, sin obra social, sueldo depositado, ahorro, plazo fijo ¡ni que ocho cuartos!

Mesas vacías de olla, de calefacción, de integradoras y democráticas redes de información, y espacios mínimamente decentes. (Las villas también tuvieron su aislamiento, aunque no las veamos). Popularización de ciertos trueques de supervivencia, marketsplace: romería de la miseria ascendente con un mundo que se iba.

Y, desde adentro de la acondicionada residencia de los reyes, la jerarquía, el festín de pandemia, la mesa de la torta de cumpleaños, servida tras sonrisas y caniles caricias, el solaz de las oficiales quintas, los abrigos de lanilla, las palmadas, los amigos, y los erarios públicos.

Banquete fastuoso, servido sobre el cajón de los muertos que no pudimos despedir, sobre los duelos solitarios, sobre la inexistente comida de la miseria, el poder arrebatado tras un voto de confianza violado. El festejo macabro, exonerado tras la ultrajante (por risible) multa, pagada por todos.

Todo rematado en el brindis del Ministerio (de la supuesta) Salud en europeos destinos, tras la mesa de la compañía grata y la cerveza bien fría, tras los tostados de soles contra las alimentadas carnes, que en el hemisferio del horror, una Argentina abandonada, se negaba a salir.

No olvidemos el festín de pandemia, que tras los ropajes de los frentes de todos, y las uniones por la patria, agonizantes, nos dejaron morir, y que hoy parecen querer su revancha, cayendo sobre el pueblo como una Masa. 

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