Política de la miseria y miseria de la política

La pandemia ha sacado a la luz lo peor de la peor política y lo analiza el historiador Pablo Lacoste con los pies puestos en el presente y la mirada, en las grandes ciudades latinoamericanas.

Pablo Lacoste

La miseria de la política actual frente a la pandemia, comienza a desnudar, poco a poco, el costado oscuro de los líderes latinoamericanos que construyeron sus carreras, haciendo política con la miseria.

La crisis de las grandes ciudades latinoamericanas, que concentran la inmensa mayoría de los casos de enfermos y muertos por coronavirus, es el resultado de la acción sostenida de los políticos que, durante demasiado tiempo, alentaron la migración campo-ciudad y la concentración de un tercio de la población nacional en una sola ciudad. Este es un patrón común en la región, tal como se ve en Buenos Aires, Santiago, Lima, México DF, etc.

El problema comenzó cuando los campesinos, frustrados por la falta de horizonte en sus regiones, optaron por migrar del campo a la ciudad, en busca de mejores ingresos. Surgieron así campamentos, villas miserias, favelas, poblaciones callampas y otras modalidades según el país: pero el fenómeno conceptualmente era el mismo en toda América Latina.

Una vez asentados en los bordes de las grandes capitales, llegaban los políticos. Estos vieron en la miseria una gran oportunidad de hacer carrera política.

La solución natural era atacar el problema de raíz, mediante el impulso de polos de desarrollo en las regiones, de modo tal de detener y luego revertir el proceso de migración campo-ciudad y prevenir así, el surgimiento del proletariado urbano marginal de las grandes ciudades.

Sin embargo, los políticos optaron por un atajo, que les daría grandes ventajas personales, a cambio de hipotecar el futuro del país. Se dedicaron a apoyar a esos grupos marginales y alentar inversiones para retenerlos en los suburbios. Florecieron los negocios de los conventillos, las cités y otras modalidades de aprovechamiento de la miseria. También se levantaron los comités, unidades básicas y sedes partidarias en las zonas marginales, para aprovechar políticamente los votos de esos grupos de necesitados. Con cada elección, luego llegaban más inversiones públicas para consolidar y mejorar las condiciones de vida de los pobres en los márgenes de las grandes ciudades.

Estas tendencias fueron una señal para acelerar los flujos. Esas inversiones mejoraban levemente la calidad de vida de los pobres en los suburbios capitalinos, lo cual fue observado e imitado por sus hermanos, vecinos y amigos del interior. Como resultado, la tendencia a migrar del campo a la ciudad, en vez de moderarse o revertirse, se aceleró. Y con ellas, la inversión de recursos del Estado.

Las inversiones públicas crecieron y crecieron, hasta alcanzar magnitudes impensables. Los mil millones de dólares que el Estado de Chile aporta anualmente para subsidiar al Transantiago se replican en el Metro de México, en los servicios públicos subsidiados y casi gratuitos del Conurbano Bonaerense y demás ciudades.

Desde la academia, algunas voces se levantaron para cuestionar el modelo de la Macrocefalia, advirtiendo los problemas que esa concentración genera en el largo plazo: inseguridad, estrés, pérdida de calidad de vida, aumento de costos para la infraestructura y servicios, y riesgos sanitarios. El esfuerzo de Sergio Boisier y otros intelectuales no tuvo eco en la clase política. Los recursos siguieron concentrándose en las grandes capitales.

Todo venía bien para la clase política capitalina, hasta que estalló la pandemia. Las profecías se cumplieron. Los políticos están desorientados ante el avance triunfal del coronavirus. Aterrados e impotentes, ahora no saben qué hacer y tratan de eludir sus responsabilidades.

Pero detrás del debate coyuntural, es importante ver con claridad el problema de base y sus causas: el mayor cáncer de América Latina consiste en sus megalópolis, fuente inagotable de problemas imposibles de manejar. Ahora es la pandemia, pero pronto surgirán otros nuevos, y la impotencia de los políticos volverá a hacerse evidente.

Tenemos que comprender que la actual incapacidad y miseria de la política, es resultado de haber hecho política con la miseria.

Ello requiere un giro radical de las políticas públicas, para poner en marcha medidas urgentes y duras para revertir este proceso de macrocefalia, con el traslado de recursos de la capital hacia las regiones, para impulsar allí polos de desarrollo.

EL AUTOR. Pablo Lacoste. Académico IDEA-USACH. Autor del libro "La vid y el vino".

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