Sobre pollos no comidos y cobre trasandino

Una columna a mitad de semana de Pablo Gómez, a la luz de la discusión abierta por la situación en Chile.

Pablo Gómez

Me perdí de escribir esta opinión hace un par de semanas atrás, aunque la idea la tuve...mea culpa. Ahora, cuando todos somos especialistas en política internacional y sabemos claramente lo que pasa en Chile, este escrito es solo uno más en el montón. Pero no se ha abordado (o al menos no he visto yo) textos en el sentido del presente escrito, por lo que me parece útil sumar una gota más en este océano de opinólogos que, con el diario del lunes, explican "el problema" de Chile.

El planteo del presente escrito trasciende a la problemática circunstancial del hermano país, y se centra en las veces que nos han mostrado a la economía trasandina como un ejemplo a seguir en Argentina. Por supuesto, mientras no se vislumbraba la situación social que es tapa de todos los medios, ésta opinión era difícil que consiguiera adeptos. Ahora es claro que Chile no es un modelo a seguir y, en mi opinión, no era un ejemplo viable ni aún si hubieran tenido una distribución de ingresos maravillosa entre su población, cosa que de todos modos no ocurría: Chile cumple cabalmente con aquella definición de Umberto Eco según la cual (palabras más, palabras menos) la mitad de las personas comen dos pollos y la otra mitad no come ninguno, pero al momento de mostrarnos el dato macroecónómico del país, nos dicen que cada habitante se ha comido un pollo.

¿Y por qué planteo que Chile no es (ni era) un ejemplo factible de ser seguido por Argentina? Porque Chile es, tanto en lo político como en lo económico, tan diferente a nuestro país, que resulta imposible traspolar su realidad cotidiana a la nuestra. No digo que sea mejor ni peor, pero sí que es claramente diferente.

Desde lo político, el país trasandino es, como muchos países en el mundo (pero a diferencia de Argentina) una República unitaria. Esto es, la persona a cargo de la presidencia no tiene que negociar ni consultar a gobernadores opositores, ni tiene tampoco un Senado que responda a gobernantes de cada una de las regiones del país. Esto implica que, para bien y para mal, el poder ejecutivo chileno es mucho más libre de avanzar en el camino que considere conveniente, que el poder ejecutivo argentino. Esta situación puede parecernos maravillosa si la persona a cargo de la presidencia piensa como nosotros, pero terrible en caso contrario; y como esta frase vale para cada habitante de la nación, es casi imposible definir si el sistema correcto es el unitario utilizado en Chile, o el federal de Argentina.

De este modo, y sumándole a esa situación el hecho de que en Chile (a diferencia de Argentina) no se hizo un corte rotundo con la dictadura que sufrieron con anterioridad a la democracia actual, lo concreto en la realidad cotidiana del vecino país es que el o la Presidente/a de Chile siempre ha tenido "las manos más libres" que su par de Argentina. En nuestro país, la correcta demonización de la derecha dictatorial corrió el escenario post dictadura "a la izquierda" (por decirlo de un modo simple, aunque bastante figurado) en donde defender "lo social" siempre ha sido bien visto, y en un ambiente en el que siempre hemos dado por hecho, por suerte, cosas como la educación gratuita de calidad, por poner solo un ejemplo de conquistas que en Chile siguen siendo una utopía.

Desde lo económico, las diferencias entre ambos países también son claras: casi el 50% del dinero que ingresa en Chile por exportaciones, corresponde a lo recaudado por la venta de minerales de cobre, cobre refinado y cobre sin refinar, siendo en ese país las minas de cobre de propiedad estatal, por lo que la presidencia tiene en sus manos un monto de dinero importante sobre el cual disponer para llevar adelante su política de gobierno. En Argentina, la diversificación lleva a que la principal fuente de ingresos, que no llega al 15% de las exportaciones, sea de productos afines a la soja; en este caso, el Ejecutivo argentino debe esperar a que grandes empresarios planten soja, que no haya sequía, y que luego de vender sus productos y pagar sus impuestos, estos mismos productores no "jueguen" en el mercado interno con sus dólares, desestabilizando la economía.

Finalmente, y a pesar de que Chile tiene menos de la mitad de habitantes que Argentina, las exportaciones de ambos países están en niveles similares, alrededor de los sesenta mil millones de dólares; nuevamente, diferencias sustanciales "a favor" de la política/economía chilena por sobre la nuestra.

Entonces, ¿cuál es la solución para la economía de este lado de la cordillera? Si bien no tengo una respuesta acertada a esta pregunta, sí tengo una respuesta incorrecta a la hora de decidir el rumbo argentino: no podemos imitar a Chile. Así que más vale que vayamos buscando alternativas viables, antes de que las personas que están del lado de los que no comen pollos en nuestro país, tomen como ejemplo (y esto sí es factible) a los hermanos trasandinos.

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