El Papa es bueno; el Papa es malo: el Papa es Papa

Una nota personal del director de Memo, Gabriel Conte, sobre el papa Francisco y su encuentro con él. Se cumplieron 8 años de papado.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Llegó rengo y presuroso. Giraba con un ademán de molestia su rostro a cada paso, hacia un costado de la Sala Paulo Sexto, en donde cientos lo vivaban, pero un grito desgarrador constante y que parecía decir palabras en algún idioma no sintonizado por él, lo atrapaba. Se detuvo. Volvió sobre sus pasos y buscó el origen del "ruido". Eran las palabras de un joven múltiplemente afectado en sus sentidos: paralítico, sordo, mudo, solo podía proferir esos ruidos sin que nada ni nadie lo pudiese frenar. Lo habían llevado ante el Papa y Francisco, Jorge Bergoglio, rompió el protocolo y acudió a abrazarlo. Estuvo allí un rato que pareció largo ante el silencio de todos menos el imperio de las "palabras" del visitante. Priorizó. Entregó los rosarios que llevaba en un bolsillo gigante a los acompañantes de aquella persona y vino a mí, en la otra punta.

Ajeno a los asuntos religiosos, mi agenda era doble: periodística y, además, de activista del control de las armas. No habló de aquello aunque se quedó algo tildado, porque miraba de reojo hacia aquel costado. Saludó con afecto e intentó concentrarse. Le conté lo mío y le di cartas que me habían acercado familiares de víctimas de armas de fuego en Argentina. Dijo conocer a una de ellas cuando vio una de las firmas, con lo cual me di cuenta de que no representaba un papel, sino que las estaba leyendo antes de pasárselas a su asistente.

Le pregunté cuál era en ese momento (6 de agosto de 2014) su mayor preocupación. Me habló del conflicto en la Franja de Gaza, que por esos días estaba enardecido y, lejos de todos los pronósticos, me pidió que fuera hasta allí para contarle al mundo lo que estaba pasando. Pensé que su declaración era tan poderosa, en su voz, que sería suficiente para mostrar el interés en lo que pasaba.

Papa Francisco, ¿santo o demonio?

Se comprometió a sumarse a la lucha contra el efecto letal de las armas de fuego en las sociedades que están temerosas de la inseguridad, básicamente, y también de las otras: las invadidas, las oprimidas y las opresoras. 

Meses después, me rindió cuentas desde la Secretaría de Estado de algunas acciones en cumplimiento de su compromiso.

Allí comencé a darme cuenta de una condición multidimensional de la figura de un Papa. Que es malo cuando no lucha del todo contra la perversidad interna del Vaticano y sus ramificaciones, pero que es bueno cuando asume un rol  en beneficio de sectores específicos y lo desempeña con poder. Que la persona que es Papa no es malo ni bueno en términos absolutos, sino que se trata de una figura con una complejidad tal, que puede serlo todo a la vez, tan polémico como tomar la decisión de tirar una bomba atómica para poder acabar con una guerra, por citar un ejemplo muy extremo y cuestionable.

Un tipo como nosotros, con nuestros afanes y frustraciones, pero con otro camino recorrido en su paso por la vida, se transformó en un líder aceptado como tal y referenciado en ese sentido, tanto en lo político como en lo religioso, en muchos países.

En el suyo, hay un entripado extraño que nadie puede sacarse. Pero visto en su escala, es capaz de generar decenas (sino cientos) de subdiscusiones, tanto desde la mirada de lo religioso, el dogma, la renovación de la Iglesia o la continuidad de sus viejos cánones, como de lo político: si es de izquierdas, de derecha, peronista y aun allí, si es K o anti K. 

El Papa peronista

La subdiscusión argentina sobre el Papa es monumental: quiénes son sus amigos y sus enemigos y lo más interesante: por qué. Su pasado, y los zarpazos de mentiras y verdades para explicar su presente.

Sin embargo, tomando distancia para verlo como cualquier otro habitante del mundo, el Papa es el Papa y aceptó encabezar una organización (y una ciudad estado) con poder, esa energía generada tanto por luces como por sombras.

Cumplió ocho años en el cargo, al que llegó en medio de una sangría imparable de fieles a raíz de los escándalos de los miembros de la Iglesia, en todos los órdenes del Código Penal y, si se quiere, de los Mandamientos.

Él pensaba que estaría solo tres, desconfiado de su salud, sobe todo.

Y ahora lidera una puja entre lo cosmético y lo profundo, cuando los cardenales romanos le habían cedido a este argentino que llegó "desde el fin del mundo" solo un permiso para mejorar la imagen y cortar el chorro de las fugas de creyentes, en un mundo en donde cada vez hay menos misterios y la centralidad de la religión se ha corrido hasta un lugar en donde convive con otras costumbres y tradiciones.


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