Soy la W: vigésimocuarta de veintisiete

Eduardo Atilio Da Viá se mete con la letra W. Mejor dicho: lo hace con quienes la usan y pide respeto, para no ser excluida del alfabeto.

Eduardo Da Viá

Sí, soy la letra W o doble U, como gusten llamarme, y ocupo la posición vigésimocuarta entre las veintisiete que integramos la totalidad del alfabeto latino.

Mi origen no es exactamente latino, sino germánico en principio y muy poco utilizada a tal punto que no existe ninguna palabra española que comience conmigo y las que existen son extranjerismos.

En realidad vivo en constante angustia por la posibilidad cierta de que repentinamente me excluyan, tal como ocurrió con mis hermanas ch (che) y ll (doble l) por considerarlas dígrafos que representan un fonema o sea según la Rae: "Unidad fonológica que no puede descomponerse en unidades sucesivas menores y que es capaz de distinguir significados".

Eduardo Da Viá.

Me presento ante los lectores en calidad de delegada gremial, representando a mis veintiséis hermanas que me eligieron por unanimidad, lo que si bien me enorgullece también me preocupa por la responsabilidad que implica.

Sí, aunque parezca una chanza, no lo es, dado que desde hace ya bastante tiempo venimos observando con preocupación, que nosotras, otrora las letras de Cervantes, de Cortázar, de Borges, de Estrada y de los seis premios Nobel latinoamericanos:

Gabriela Mistral (Chile, 1889-1957)

Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899-1974)

Pablo Neruda (Chile, 1904-1973)

Octavio Paz (México, 1914-1998)

Mario Vargas Llosa (Perú, 1936)

Gabriel García Márquez (Colombia 1982), hoy somos manoseadas, abusadas, violadas y menospreciadas por miles y miles que se atreven a escribir supuestamente en español, y no sólo, sino que alardean de su creatividad para generar neologismos absurdos y hasta groseros en tren de ganar adeptos entre el público alfabeto, sí, pero inculto, que festejan y adoptan vocabularios que lamentablemente nos incluyen, dado que el otro recurso que les queda, que les encanta y del cual claramente abusan, consiste en mezclarnos con extranjerismos de todo tipo en especial ingleses, franceses e italianos.

Todo este verdadero avasallamiento de nuestra condición de ser letras muy difundidas en el orbe, que cuando se trata del español nos sobra capacidad para constituir la palabra que deseen, está producido por el absurdo esnobismo de considerar más distinguido, y claramente discriminativo, escribir biking en vez de ciclismo.

Nosotras venimos luchando desde hace siglos para que nos reconozcan nuestra identidad y hasta tenemos un referente exclusivo que es el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el que si bien sabemos que es un tanto estático y le cuesta incorporar los nuevos términos que la ciencia en especial, y las nuevas costumbres, van generando, sin embargo tiene la virtud de ser un corpus de referencia extraordinariamente valioso, que sirve al menos de punto de partida para utilizarnos con nuestra grafía correcta y ubicarnos también con precisión en las palabras que, a veces nos horrorizan tal como haber visto alguna vez por ejemplo la palabra ahora escrita aohra, y no como resultado de un lapsus calami, sino como producto de la ignorancia y falta de respeto hacia este idioma tan bello, el español, del cual somos las humildes unidades estructurales.

Así pues como tales somos las bases, que a guisa de estilóbatos, sostenemos las columnas con las que se arma el edificio de la lengua. De la lengua de la que estamos orgullosas de pertenecer y que hoy somos víctimas de las transgresiones más groseras por parte tanto de escritores como de habladores.

Inicialmente fuimos vehículo de la oralidad por cuanto existíamos bajo la forma exclusiva de sonidos que con la diferenciación y la multiplicación les permitió a los humanos agruparnos de tal manera de formar palabras cuyo particular significado les permitía transmitir sus ideas.

La oralidad se mantuvo durante muchos siglos, siendo por tanto la memoria el único soporte del conocimiento humano.

Hubo intentos muy antiguos de representarnos físicamente, pero no lograron darnos forma sino que representaban ideas, como las tabletas de arcilla y los jeroglíficos. Ambos padecían el gran defecto de la ambigüedad y de la posibilidad de distintas interpretaciones; además hubo detractores de la escritura en favor de la oralidad, como el gran Sócrates nada menos, quien sostenía que el libro contenía expresiones rígidas con las que no se podía dialogar, por ello nunca escribió nada y que lo que sabemos de él fuese transmitido oralmente hasta que llegó la posibilidad y el momento de escribirlo, mucho después de su desaparición.

Lo mismo ocurrió con Homero cuyas famosas Ilíada y Odisea cantan sobre la guerra de Troya y consistían en muchísimos versos, al parecer quince mil y doce mil respectivamente y que el narrador declamaba de memoria.

Por cierto Homero fue un bardo de la oralidad, nunca escribió sus magnas obras, y al repetirlas una y otra vez, necesariamente iban cambiando en lo formal al menos, quizás no en lo conceptual, por cuanto resulta poco creíble que alguien pueda memorizar con absoluta precisión el original. La versión escrita, mucho después de la muerte del poeta, seguramente difería bastante de la primigenia.

Durante el Oscurantismo Medieval, patrocinado fundamentalmente por la Iglesia Católica, que llegó hasta publicar la famosa lista "Index librorum prohibitorum", con la famosa quema de los libros y la detención, tortura y hasta muerte de los poseedores, los rebeldes optaron por aprenderlos de memoria y guardarlos en esa inexpugnable biblioteca que es el cerebro.

Pero en esa biblioteca, nosotras, las letras, desaparecíamos como tales para pasar a ser una misteriosa mezcla de enzimas y electricidad, maravillosa por cierto pero de la que sólo podía disfrutarnos el dueño si es que era memorioso, de lo contario desaparecíamos para siempre.

Pero inevitablemente un día llegó la escritura y su consecuencia inmediata la lectura.

Para ello fuimos transformadas en símbolos convencionales, cada uno de los cuales representaba el sonido que caracterizó a la oralidad. De sonido etéreo a símbolo dibujado sobre piedra, papiro, pergamino, vitela o papel, vale decir sobre soporte físico tangible, un gigantesco paso adelante.

Esta conquista dio lugar a la aparición de los escribas, únicos privilegiados capacitados para escribir, ya desde los egipcios donde incluso la mayoría de los faraones eran analfabetos, hasta los infaltables clérigos depositarios exclusivos del arte de la escritura y por tanto de la lectura, trabajando en los scriptorium, literalmente «un lugar para escribir», se usa habitualmente para referirse a la habitación de los monasterios de la Europa medieval dedicada a la copia de manuscritos por los escribas monásticos.

Como verán seguíamos siendo prisioneras de un puñado de privilegiados que así como se ilustraban impedían a la plebe salir de la abyecta ignorancia que los hacía fácilmente manejables por los eruditos.-

Hasta que por fin apareció Gutenberg quien por allá por el siglo XV nos colocó a cada una un soporte individual, los famosos "tipos móviles", y así pudimos darnos a conocer masivamente bajo la forma de palabras impresas integrando libros para difusión benigna o maligna del conocimiento. Lo primero por cierto una Biblia, la de Maguncia.

Me imagino el disgusto de los monjes al comprobar que la privacidad y el conocimiento exclusivo se les iba de las manos, de ahí que la quema fuera el último recurso al que apelaron, pero finalmente no tuvieron más remedio que claudicar.

En honor a la verdad debo admitir junto con mis veintiséis hermanas, que aquellos escribas llegaron a dibujarnos de una forma tan elegante que llegamos a ser las vedetes de los lujosos manuscritos miniados o de los incunables, sobre todo cuando oficiábamos de unciales, y reconocemos que desde ese punto de vista fueron tiempos magníficos.

Hoy todos nos usan para escribir desde lo más serio hasta los más banal y hasta soez; les da lo mismo mi hermana la c que mi otra hermana la s y aún la z, nos dan categoría de palabra al escribir una q en remplazo del pronombre relativo que, o una x por la preposición por.

El cálamo y la tiza desaparecieron o poco se usan junto con sus respectivos soportes: papel y pizarrón.

De la caligrafía ni que hablar.

Hoy todo es pantalla.

Para mal de males parieron ese monstruo del lenguaje inclusivo, en el que el símbolo arroba, originalmente medida de peso, luego en las direcciones de correo electrónico con significado de "en" y hoy como mezcla de géneros como en "mis querid@s amigu@s.

Sencillamente brutal.

De ahí pues que ante esta grave serie de ataques contra nuestra anatomía y función, es que agremiadas espontáneamente, hemos decidido enarbolar nuestra bandera que reza: QUEREMOS UN USO RESPETUOSO DE NUESTRA FORMA, PRONUNCIACIÓN Y SIGNIFICADO.

Que la elección de abanderada haya recaído en mí, la W, se debe a un gesto unánime de apoyo de mis hermanas que me ven taciturna y silenciosa por la poca demanda laboral y por el peligro de mi exclusión por ser un dígrafo que bien podría ser remplazada por una mera repetición de la V, y además por mi genealogía germana caracterizada por la valentía y la bravura a la hora de la batalla, lid que seguramente deberemos enfrentar como última instancia para recuperar lo perdido.

Aguardamos miles de adeptos.


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