Leé un capítulo de "El Nudo", de Carlos Pagni

Editorial Planeta acaba de lanzar al mercado "El Nudo", de Carlos Pagni. Leé un capítulo aquí y te conamos cómo conseguirlo.

Planeta, Espejo de la Argentina, lanzó "El Nudo", un libro de Carlos Pagni que ya asoma como uno de los más requeridos en escaparates y en forma online.

Puede adquirirse haciendo clic aquí.

La editora publicó un anticipo del libro, que incluye la Introducción y un fragmento, que puede leerse abajo.

Introducción

Este libro habla de un lugar: el conurbano bonaerense. Pero sería también correcto decir que se refiere a un momento: la crisis de 2001. Fue a partir de esa tormenta que el conurbano despertó un interés desconocido. La conmoción le asignó un significado.

Con la gran perturbación de comienzos de siglo se precipitó un proceso con antecedentes más remotos. En esos días turbulentos cayeron presidentes y colapsó un régimen monetario y cambiario. Pero, sobre todo, se aceleró la descomposición del Estado de bienestar tal como había sido concebido desde los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón.

El terremoto se desarrolló sobre todo en una geografía. El modelo económico que había entrado en convulsión estalló en el lugar donde se lo había fundado. El conurbano de la provincia de Buenos Aires. En medio de esas ruinas hizo su aparición un nuevo drama: la pobreza. La Argentina era, por supuesto, un país con pobres. Pero a partir de 2001 emergió la pobreza como un fenómeno sistémico.

La sociedad sigue atrapada en una agenda de problemas que se inauguraron en medio de esa gran alteración. El aislamiento financiero por el recurrente riesgo de default; las dificultades para solventar el consumo de energía; una maraña de impuestos, que incluye las retenciones a las exportaciones; y el previsible desencuentro con las corrientes internacionales de inversión, forman parte de ese inventario de trastornos que adquiere rasgos de cronicidad.

La política también se transfiguró. El radicalismo, que había sido el instrumento de intervención de los sectores medios en la vida pública durante más de cien años, ingresó en una recesión. El pro se gestó en ese vacío, con el propósito de cubrirlo. El peronismo se reconvirtió. Bajo la tutela de Eduardo Duhalde y, sobre todo, con el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner, se conurbanizó. Los trabajadores organizados dejaron de ser la columna vertebral de una fuerza que ahora tenía su centro de gravedad en la pobreza organizada. Así como Perón se había ofrecido a mediados de los años cuarenta como el demiurgo de un nuevo orden, que evitaría la revolución social insinuada en el mundo del trabajo, Duhalde y, con mayor énfasis, los Kirchner, aparecieron como los proveedores de un equilibrio que sería siempre inestable por el malestar de los sumergidos. Son los dos extremos de una misma parábola. La de la expansión y el descenso de un sistema social, productivo y laboral. El terreno donde se experimentó esa trayectoria es el conurbano.

Para que la paz que se reconquistó después de 2001 fuera valorada, debería recordarse que se trata de una paz amenazada. Este juego está en el corazón de la visión del conurbano que se elaboró a partir de aquel incendio. Es el espacio desde el cual asoma una catástrofe detenida. No se trata solo de un objeto imaginario. En ese concepto hay algo de real. Porque el orden que se repuso es un orden demasiado defectuoso. En 2001 se restauró el poder del Estado ante la perspectiva del caos. Pero ese Estado choca contra sus propios límites y deja demasiadas zonas de descubiertas. Los desocupados o subocu-pados son una legión que, llegado el caso, se estructura alrededor de movimientos más o menos informales. En infinidad de barrios carenciados la autoridad es ejercida por los narcos. La pandemia fue un papel de tornasol que volvió más perceptible la impotencia de la gestión pública frente a estas miserias.

Sin embargo, esa imagen de un conurbano homogéneo en su peligrosidad, que siempre está a punto de lanzarse desde el margen hacia el centro, a la que recurren a diario las convenciones periodísticas, es incorrecta. No incorpora un rasgo sobresaliente de esa extensísima trama urbana: la diversidad. Bajo el mismo nombre se designa una variedad de regiones imposible de clasificar. Esa diversidad es también fragmentación y muestra un rostro cada vez más inquietante: la desigualdad.

La presunción de que más allá de la Ciudad de Buenos Aires se extiende un valle de lágrimas en el que solo predomina la pobreza está desmentida por los datos. El conurbano es, en su composición socioeconómica, un mosaico. Un 3,5% de sus habitantes son propietarios o directivos de empresas con más de diez empleados. Un 6% tiene la misma posición pero en medianas empresas. El 16% de esos vecinos son propietarios que ejercen una profesión independiente o un oficio matriculado. Los empleados formales en la educación, el comercio, los bancos o la administración pública representan el 38% del total; 13% son asalariados en establecimientos de más de diez empleados. Y un poco más del 6% lo son en kioscos, almacenes, oficinas profesionales, farmacias o emprendimientos por el estilo. Por su parte, un 6% son trabajadores manuales en empresas con menos de diez empleados: choferes, albañiles u operarios en general.1

Las nacionalidades agregan su propia pluralidad: esa región ha sido durante un siglo y medio la meca de migrantes de toda procedencia. Los que cruzaron el Atlántico, los que dejaron sus provincias, los que llegan desde países limítrofes. El Gran Buenos Aires es, en este sentido, un pequeño Estados Unidos del subdesarrollo.

Esa diversidad está, como siempre, asociada a una gran vitalidad, que llama la atención de muchos observadores. Basta leer Una historia del conurbano de Pedro Saborido; o revisar las cuen- tas "The Walking Conurban", en Instagram o en Twitter, que definen a ese mundo con una frase una que sugiere todos los matices: "Un paraíso post-apocalíptico a minutos del obelisco". En esos textos, que convergieron en el documental Universo conurbano, esa urbanización inabarcable es el laboratorio de una sensibilidad desencajada de los cánones convencionales y, en un plano ideológico-político, una zona de reserva activa frente a los intentos de modernización capitalista. Es un enfoque que ve, o sueña, al conurbano como un agente histórico.

Alrededor de este sujeto se han constituido instituciones académicas, como el Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento. También se despliega una literatura en la que, de nuevo, tiempo y espacio se superponen: está formada por obras que localizan a través de ese laberinto híper poblado los rasgos de una nueva sociedad fraguada en el año 2001. La indagación sobre el conurbano cruza desde las ciencias sociales a los textos de ficción, en la senda abierta por Bernardo Verbitsky y su Villa Miseria también es América, de 1957. Esa escritura va de Rodrigo Zarazaga a Washington Cucurto; de Adrián Gorelik a Juan Diego Incardona; de Jorge Ossona a Cristian Alarcón; de Javier Auyero a Josefina Licitra; de Lucas Llach a Florencia Castellano. El cine se interesó por ese terri- torio en múltiples producciones. Pizza, birra, faso, Mundo grúa, Un oso rojo, El bonaerense o Vikingo son algunas. También la televisión se propuso retratarlo con programas como Conur- bano, tierra de oportunidades, de Diego Valenzuela, o columnas especializadas, como las de Daniel Bilotta. Okupas, El puntero o Un gallo para Esculapio son series que se ambientaron en esa geografía; igual que personajes de humor crítico, como Jesús de Laferrere y Micky Vainilla, que encarna Diego Capusotto con guiones de Saborido. Sería imposible consignar la infinidad de muestras de artes visuales dedicadas al conurbano y exhibidas en el conurbano. Y sería un desacierto olvidar que ese laberinto que rodea a Buenos Aires tiene una llamativa fertilidad para la música, como demuestra la cumbia villera, un género que ha trascendido más allá de las fronteras.

Este libro explica el peso decisivo que tiene el conurbano en la vida pública argentina. Lo hace de dos maneras. Cuatro capítulos ofrecen un enfoque sistemático. Otros cuatro consideran al Gran Buenos Aires desde el punto de vista de la historia. Están intercalados. El primero de tipo sistemático se denomina Conurbano y es una presentación de la región y sus problemas a la luz de categorías de la sociología urbana. Cuenta cómo se fue constituyendo esa extensión, ajena a cualquier plan premeditado. Las aberraciones en el uso de la tierra. El desborde de las instituciones creadas para administrar la vida colectiva: de la escuela a la comisaría, del hospital a las oficinas de asisten- cia social. Los contrastes económicos establecen barreras de aislamiento: en las villas y los asentamientos, en los countries y en los barrios privados. Es el paisaje de una sociedad que se desintegró.

Esa fractura es la materia del segundo capítulo de este género, que se titula Pobreza. Sigue el rastro del deterioro sociolaboral del país en el último medio siglo. Allí se analizan fenómenos entrelazados y superpuestos: desocupación, desempleo, informalidad, a la luz del lento agotamiento del paradigma productivo que se adoptó con la crisis de los años treinta y se consolidó con el peronismo. La explicación se centra en el modo en que esta declinación se proyecta sobre la política, abriendo espacio a la aparición de nuevos actores, como los movimientos sociales.

El tercer escrito de este estilo se llama Villas. Es el resultado de una observación prolongada de los barrios más desamparados del conurbano, una narración de su establecimiento, y un relevamiento sobre cómo ha cambiado su existencia en los últimos veinte años. En el fondo del fenómeno opera un problema de larga duración: la crisis de las economías regionales, en espe-

cial las del Norte del país, que ha impulsado la migración hacia los alrededores de la Capital Federal. Ese capítulo contiene un análisis del lugar operativo e ideológico que ocupan desde hace más de medio siglo las instituciones religiosas, sobre todo la iglesia Católica, en las zonas más necesitadas.

El cuarto capítulo de carácter sistemático se refiere al Clientelismo. Es un examen de una relación entre pobreza y política en la que el Estado defecciona de su rol por incapacidad o desistimiento. La lente se centra en el peronismo y su aparato bonaerense. También se observan las complejas dificultades que enfrentan quienes, en competencia con esa fuerza dominante, pretenden ensayar un nuevo estilo de acción política.

Entre estos cuatro capítulos se intercalan cuatro historias. Presentan cuatro momentos en los que la provincia de Buenos Aires y su conurbano irrumpieron en la vida nacional. La primera está dedicada a las batallas que se libraron por la federalización de la Ciudad de Buenos Aires. Está centrada en 1880 pero, en realidad, se extiende hasta 1890, que es cuando el Estado nacional termina de subordinar a la provincia en el terreno financiero. Esa narración explica cómo, alrededor de la figura de Julio Argentino Roca, se configuró un diseño de poder de base territorial: las provincias fortalecieron al Estado nacional para encuadrar a la provincia de Buenos Aires. A la figura de Roca se le contrapone la de Leandro Alem, un profeta solitario que vio, muy antes de tiempo, que la decapitación de Buenos Aires dejaría a esa provincia sin una agenda propia. Ese esquema, que nació en 1880, se desarticuló en 2001.

La segunda historia tiene como protagonista central al gobernador bonaerense Manuel Fresco (1936-1940). Lo sitúa en 1935, organizando un desfile multitudinario sobre la Capital Federal. Fue el acto central de su campaña proselitista para gobernar la provincia. Esa movilización, tan novedosa, fue promovida por un dirigente filofascista que vio antes que otros que en los alrededores de Buenos Aires se estaba formando una clase obrera de índole industrial. Fresco entendió que el conurbano era una amenaza que debía ser conjurada. Fue, con nitidez, el precursor de Perón.

El tercer texto histórico está dedicado a Perón. Es una reflexión, sostenida en un hilo narrativo, sobre una acción determinante del conurbano en la historia del país: el 17 de octubre de 1945. Esa historia permite examinar el rol del peronismo en una escena social y económica que se había transformado durante los tres lustros anteriores. En el centro de esa pintura está Perón, entregado a su experimento principal: impedir una revolución a través de una política de distribución de la renta facilitada por la excepcional coyuntura internacional.

El cuarto escrito histórico es, por varias razones, otro libro dentro de este libro. Su núcleo es un ensayo sobre el significado de la crisis de 2001 en la historia del país. Para desentrañarlo se propone una lectura del ciclo anterior, centrada en un eje: el descubrimiento del poder del conurbano bonaerense por parte de Eduardo Duhalde. Su rol como soporte y, a la vez, como límite del liderazgo de Carlos Menem y de sus reformas económicas. La reconstrucción de esa experiencia ilumina una mutación principal de la política argentina durante el último cuarto de siglo: su conurbanización. La caída de De la Rúa y de Adolfo Rodríguez Saá, y el tránsito de Duhalde desde el Senado a la Casa Rosada, imprimieron un nuevo diseño a la configuración territorial del poder fundada por Roca en 1880: ahora el Estado nacional, cuya constitución definitiva se produjo en detrimento de la provincia de Buenos Aires, se controlaría desde esa provincia. Néstor y Cristina Kirchner entendieron la nueva ecuación, un poder nacional dominado desde la consola bonaerense, y se apropiaron de ella. Si la misión del liderazgo de Perón había sido garantizar desde el Estado que la potencia de la clase obrera no derivara en un cambio radical del orden establecido, los Kirchner se propusieron asegurar que el agotamiento de aquel universo de Perón, que se manifestó en el conurbano durante la convulsión de 2001, no se transformara en el funeral de un sistema que giraba en el vacío. Perón ofrecía, antes que cualquier otro servicio, la inclusión de los trabajadores. Los Kirchner, la administración de la pobreza.

La crisis de comienzos de siglo también remodeló el campo no peronista. Como los Kirchner, Mauricio Macri y la fuerza que se constituyó alrededor de él son hijos de aquel colapso. Llevan la marca de su tiempo: el pro, a diferencia del radicalismo, al que se alía y al mismo tiempo pretende sustituir, no concibe encerrar su acción política en los límites de la clase media. Se propone atraer también a los sectores más necesitados. Esta aspiración del macrismo inaugura dos pregunta inéditas para el marco cultural en el que se inscribe. ¿Qué debe hacer un partido gestado en el seno de las capas medias para generar poder en el conurbano? ¿Cómo transita por allí una fuerza que levanta banderas proclives al mercado?

Durante cinco años estuve dedicado a indagar y reflexionar sobre el conurbano como el lugar en el que se condensan los principales conflictos económicos, sociales y políticos del país. Fue necesario revisar una bibliografía de materias muy diversas, que van desde la economía y los problemas sociales, a la historia y los trabajos sobre la hiperurbanización, que es una tendencia internacional; también recorrer el territorio y, sobre todo, visitar villas y asentamientos a los que a menudo es difícil acceder; mantuve muchísimas entrevistas con gente muy interesante: vecinos del lugar, intelectuales que lo han estudiado, protagonistas de la vida pública que operan en esa región. La variedad de fuentes y puntos de vista confirman las características del objeto examinado. El conurbano es difícil de entender y eso explica que sea difícil de gobernar y transformar.

Este libro se inspira en preocupaciones relativas al futuro. El interés por el conurbano es parte de una interrogación más amplia sobre las razones que llevaron al país a su angustiante situación. En las complejidades de ese extensísimo entramado se juega un drama de larga duración. Un sistema económico que, convertido en una fábrica de pobres, degrada la política con la tentación cortoplacista del clientelismo. Un Estado desbordado de demandas, con problemas estructurales de financiamiento, que en su voracidad impositiva desalienta la inversión. La solución es problemática. Porque la mejor respuesta a la demagogia autoritaria no es un ajuste predatorio. Este dilema al que se enfrenta la Argentina deja sus huellas en el conurbano. El daño que produce tiene manifestaciones tangibles: fragmentación social, degradación de la infraestructura, vaciamiento de la escuela pública que se va reduciendo a ser un refugio asistencial de los más pobres, instalación de mafias que ejecutan delitos complejos y colonizan la entretela del Estado. Estos rasgos constituyen, de facto, una política exterior. Una forma de relacionarse con el mundo. Condicionan la ubicación del país en el contexto internacional. Y son un factor determinante para las corrientes de inversión. Son evidencias de que allí, en el conurbano, está el nudo. El desafío consiste en construir un nuevo paradigma productivo. Es una tarea que se posterga por razones diversas. Una de ellas es el malentendido al que condujo un ciclo expansivo tan rutilante como efímero, que transcurrió entre 2003 y 2010. Amparada por la mag- nitud del crecimiento, apareció la fantasía de que el modelo ya agotado podía restaurarse. Esa hipótesis, en la que basa su autosatisfacción el kirchnerismo, acentuó la dificultades que hay que resolver. Desde 2005 en adelante, comparada con los principales países de la región, la Argentina creció menos y fue incapaz de reducir el número de pobres en relación con la cantidad de población.

Una corriente de economistas, que lidera Pablo Gerchunoff, afirma que la raíz del problema está en un desencuentro entre las aspiraciones y las posibilidades económicas de la sociedad. Esos especialistas sintetizan la contradicción en el tipo de cambio real. Una simplificación deliberada, que se expresa de esta manera: el tipo de cambio real que permitiría que la economía se desarrolle de un modo competitivo, es un tipo de cambio antipático, que obliga, al menos por un tiempo, a un ajuste en el estilo de vida. Dicho de otro modo: la estrategia que hay que adoptar para crecer en el mediano plazo hace perder las elecciones en el corto plazo.

Ese desajuste es la manera en que se proyecta sobre la economía la antigua tensión entre la libertad, que es una condición de la competitividad, y la igualdad, que exige niveles mínimos de inclusión. La Argentina deambula desde hace más de dos siglos en busca de ese talismán. En ese extravío aflora una contradicción entre el distribucionismo voluntarista, que en su demagogia es irreverente ante la técnica, y la ortodoxia, que sacraliza una receta desentendiéndose de su aceptación social. No hace falta personificar estas dos inclinaciones. Además, es inconveniente, porque impediría tomar consciencia de que la pregunta es muy antigua y de que la respuesta se está demorando demasiado.

La democracia se sostiene sobre una normativa. Es el consenso sobre un sistema de reglas. Sin embargo, para que ese sistema sea aceptado, debe darse un mínimo de satisfacción material por debajo del cual la legitimidad se desmorona. La aspiración de estos escritos es llamar la atención sobre ese riesgo. El conurbano es la geografía en la que mejor se representa el estancamiento de una década. Es el último capítulo de un descalabro que comenzó hace casi medio siglo. En 1974 el país tenía un nivel de integración social equivalente al de Francia. Hoy está a la par de Perú, que en 1974 exhibía una abismal desigualdad. En los últimos veinticinco años la pobreza en la Argentina tuvo ascensos y caídas. Pero la tendencia del número de pobres fue en ascenso. Esos pobres no son solo excluidos. Son expulsados. Es decir, no son personas que desconocen el bienestar. Estuvieron y perdieron su lugar. Tienen consciencia plena de qué es lo que les falta. Las derivaciones emocionales de esa involución generan un tipo de política. Porque generan un tipo especial de desengaño.

La insatisfacción se expresa en todas las investigaciones sociológicas. En números y en estados de ánimo. Se ha vuelto habitual que los consultados en encuestas cualitativas se pongan

a llorar al contar lo que les pasa. Por si hubiera alguna duda, ese desencanto tuvo una manifestación electoral. En 2021 se regis- tró la mayor abstención del ciclo democrático. Su expresión más estridente se dio en el conurbano bonaerense, que redu- ce a escala en su mortificada geografía el panorama nacional. Además, masas cada vez más caudalosas de votantes se sienten atraídas por un discurso antisistema. Se está verificando en la Argentina un problema que se reproduce en todo Occiden- te. La democracia republicana, que se basa en el pluralismo ideológico, la división de poderes, la libertad de expresión y el imperio de la ley, soporta impugnaciones como consecuencia de las malas prestaciones económicas. Muchas sociedades están apelando a liderazgos autoritarios, a cambio de la promesa de superar la frustración. La Argentina, por recurrir a una expre- sión que utilizó Tulio Halperin Donghi en 1964, corre el riesgo de quedar encerrada en un callejón. Todavía queda tiempo para impedir esa dolorosa vuelta atrás.

Febrero 2023

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HISTORIA 3

EL 17 DE OCTUBRE DE 1945

No hay nada en nuestra historia que se parezca al 17 de octubre". Con esa afirmación, Félix Luna abre la narración de esa jornada en su clásico El 45. Tanto Luna en su libro, como Juan Carlos Torre en sus numerosos y magistrales escritos sobre los orígenes del peronismo, destacan un mismo rasgo de aquella movilización: fue la puesta en escena de un grupo social cuya formación había tomado varios lustros, pero cuya existencia era ignorada por el país oficial. Luna dice que lo más singular del 17 de octubre fue la violenta y desnuda presentación de una nueva realidad humana que era expresión auténtica de la nueva realidad nacional. Y eso es lo que resultó más chocante a esta Buenos Aires orgullosa de su rostro europeo: reconocer a esa horda desaforada que tenía el color de la tierra, una caricatura vergonzosa de su propia imagen. Caras, voces, coros, tonos desconocidos: la ciudad los vio con la misma aprensión con que vería a los marcianos desembarcando en nuestro planeta. Argentinos periféricos, ignorados, omitidos, apenas presumidos, que de súbito aparecieron en el centro mismo de la urbe para imponerse arrolladoramente. Por eso lo del 17 de octubre no provocó el rechazo que provoca una fracción política partidis-ta frente a otra: fue un rechazo instintivo, visceral, por parte de quienes miraban desde las veredas el paso de las turbulentas columnas.1

La movilización de aquel miércoles 17 de octubre de 1945 representó la irrupción decisiva del conurbano bonaerense en la vida nacional. Fue la expresión física, material, no solo de un universo social que se había ido desplegando, de manera no del todo perceptible, con el impulso de las migraciones internas y al amparo de la industrialización sustitutiva con la que el país había respondido a la crisis de 1929. Fue también la aparición en la superficie de un proyecto político basado en dos vigas maestras: los trabajadores, como sector social dominante, y el conurbano, como principal economía regional. El proceso socioeconómico que se había iniciado tres lustros atrás adquirió una estructuración política que le dará una gravitación y supervivencia determinantes. Ese fue el lugar de Juan Domingo Perón y el movimiento que aquel 17 de octubre todavía estaba en formación. Y ese fue el lugar del conurbano en la historia de ese nuevo sujeto.

Luna reconstruye la escena con una narración cargada de romanticismo. Cuenta cómo los trabajadores iban llegando temprano a las fábricas y en lugar de entrar, se agrupaban en columnas para avanzar por las avenidas para pedir por la liberación del coronel Perón, que esa madrugada había sido interna- do en el Hospital Militar, después de permanecer encarcelado cinco días en la isla Martín García. Había logrado su objetivo: que lo sacaran de la jurisdicción de la Marina.

El comportamiento de esos obreros fue, en algunos casos, imitativo de lo que hacían empleados similares en plantas vecinas. En otros, actuaron piquetes que organizaban a la gente en la entrada del trabajo. El flujo de gente era hacia el Riachuelo: el mismo Riachuelo donde se libraron las batallas de 1880, el mismo en cuyas inmediaciones fueron asesinados Kosteki y Santillán. El Riachuelo es un accidente geográfico histórico: se trata de una especie de membrana osmótica y turbulenta que recibe la presión del borde sobre el centro, del conurbano sobre una capital que sigue siendo la capital real de la provincia, a pesar de su federalización, como previó Alem.

Luna cita al sindicalista de la carne Cipriano Reyes, que había sido uno de los organizadores del reclamo sindical. Reyes recuerda que la multitud ya no pudo cruzar el puente porque la policía ordenó levantarlo. Entonces comenzó a pasar en "barcas medio deshechas o haciendo equilibrio sobre tablones ama- rrados a guisa de balsas". Cuando el puente volvió, también de modo misterioso, a tenderse, la avalancha se incrementó desde Avellaneda y desde 4 de junio, el nombre original del flamante partido que se creó en homenaje al golpe de 1943, lo que hoy es Lanús. "Rostros morenos y pelos renegridos conformaban el rostro proteico de esa multitud pobremente vestida, que repetía sin cansancio un solo grito, un solo nombre. Llegaban sin rencor ni prepotencia, simplemente exponiendo su fuerza, al corazón de una ciudad que muchos recorrían por primera vez".2

En cambio, los que se movían desde Berisso o Ensenada tenían otro temperamento. Habían interrumpido el recorrido de los tranvías, se dirigieron hasta La Plata, apedrearon la sede del diario El Día y desvalijaron la casa del presidente de la universidad. Algo parecido había ocurrido en Córdoba y en Tucumán.

En su cinematográfica recreación de aquella fecha, Luna cita a Leopoldo Marechal:

Era muy de mañana... El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo de la calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia; el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de / te daré, Patria hermosa, / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P / ¡Perón!". Y aquel "Perón" rebum- baba periódicamente como un cañonazo... Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé a los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina "invisible" que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista...3

En 1971, cuando escribió El 45, en el contexto que ofrecían los acelerados movimientos del retorno de Perón desde el exilio, Luna se emociona relatando aquella manifestación, en la que aparece una asociación, que está en la médula del peronismo, entre lo popular y lo nacional:

Aire de verbena, de fiesta grande, de murga, ¿por qué no? Y de candombe, con las contorsiones que los más ágiles o los más jóvenes efectuaban incansablemente. Aire fresco, popular, saludable, bárbaro, vital. La política en términos de masas era algo tan olvidado desde Yrigoyen en adelante, que el espectáculo del pueblo derramado por las calles dejó alelados, turulatos, a todos aquellos que se habían manejado idealmente dentro de la ficción política impuesta primero por diez años de fraude electoral y después por una democracia que en boca de muchos era solo retórica. Se habían habituado a invocar a una entelequia llamada pueblo, a la que se atribuía apriorísticamente determinadas opiniones. Ahora el pueblo estaba aquí, para expresarse por su propia boca, por su propia, ronca voz.4

La manifestación del 17 de octubre fue el resultado de una secuencia que se desencadenó con un detalle burocrático: el 6 de octubre Perón había designado como secretario de Comunicaciones a un amigo de quien entonces era su novia, Eva Duarte. Se trataba de Oscar Nicolini, un personaje intrascendente cuya promoción terminaría de activar el malestar que se venía acumulando en relación con Perón en las Fuerzas Armadas. El casus belli fue que el teniente coronel Francisco Rocco aspiraba al mismo cargo. Intervino aquí una figura clave de todo el proceso: el general Eduardo Ávalos, quien además de ser jefe de Campo de Mayo era un militar interesado en la disputa política, sobre todo por su relación con el líder radical de Córdoba, Amadeo Sabattini. Ávalos, que tenía más jerarquía que Perón pero que era su amigo, se entrevistó con el coronel. No se entendieron. Ávalos fue a hablar con el presidente Farrell, quien lo mandó a hablar de nuevo con Perón.

La nueva entrevista se produjo el 8 de octubre, el día en que Perón cumplía 50 años. Fue un encuentro en el ministerio de Guerra, es decir, en la sede de Perón, que además era secretario de Trabajo y Previsión y vicepresidente. De la reunión participaron varios militares cercanos al coronel. El tema ya no fue el pequeño conflicto entre Nicolini y Rocco. Ávalos expuso la irritación que había entre los uniformados con Perón y sus políticas. Ese entredicho se había ido agravando a lo largo de los dos años previos. No era un mero conflicto entre sectores castrenses. En el seno del gobierno militar que se había inaugurado con un golpe filofascista el 4 de junio de 1943, se proyectaba una fractura social que se había vuelto muy visible e inquietante. La sociedad que asistió a ese golpe cobijaba desde hacía años un conjunto de tensiones de distinta índole. Torre imagina que el origen de esa ola podría ubicarse en la anulación de los comicios de 1931, cuando el partido mayoritario, que era la ucr, quedó excluido de la competencia por el poder. A partir de ese momento comenzó a erosionarse la legitimidad del sistema político, sobre todo con el fraude. Pero también las demandas laborales, crecientes por el proceso acelerado de urbanización e industrialización que recorrió toda la década, fueron tramitadas de la peor manera. En el caso del régimen que se instauró en 1943, y que tenía a Perón como uno de sus jóvenes promotores, con una represión sistemática a la actividad sindical, identifica- da siempre como actividad revolucionaria o subversiva. En este contexto fue asomando un ambiente de intranquilidad social. El campo de esa agitación era, más que ningún otro, el conurbano bonaerense. A mediados de julio de 1944, a pesar de la dureza de la persecución, comenzaban a lanzarse huelgas en los frigo- ríficos de Avellaneda y Berisso. Algunos militares percibieron esa novedad. El que lo hizo con mayor preocupación, astucia e imaginación política fue Perón.5

El coronel comenzó a reunirse con suma discreción con algunos sindicalistas en las oficinas del ministerio de Guerra. Eran encuentros casi clandestinos, porque algunos de esos dirigentes tenían orden de captura del ministerio del Interior. Torre pone un énfasis especial en hacer notar que se trataba de gremialistas que ya aquilataban una experiencia de más de una década. En general, eran antifascistas, no solo por los alineamientos que imponía la Segunda Guerra Mundial, sino también por la polarización que produjo en la Argentina la Guerra Civil española. Aun cuando habían venido a derribar a un régimen

Entre los sindicalistas que primero se acercaron a Perón estaba Ángel Borlenghi, secretario general de Empleados de Comercio, que para esa época ya tenía un gran protagonismo en la escena sindical. Borlenghi era socialista. Fue el gran aliado gremial de Perón, que lo tuvo a su lado como ministro del Interior entre 1946 y 1954. Otro fue Jorge Michelon, militante comunista y líder de la Unión Obrera Textil. Era uno de los que concurrían a los encuentros con orden de detención pendiente. Michelon entró en un eclipse dentro del pc a raíz de esos contactos con Perón.

Los comunistas rehuyeron del trato con Perón. El emblema de esa postura fue José Peter, acaso el dirigente sindical más relevante de la Argentina anterior al peronismo. En los años treinta, había fundado el sindicato y la Federación Obrera de la Industria de la Carne, es decir, del sector cuya inquietud en el conurbano había encendido el radar militar. Dos días des- pués del establecimiento de la dictadura, Peter fue detenido y


6. Torre, op. cit., p. 60.

encarcelado en Neuquén. El 2 de octubre de 1943 los obreros de la carne iniciaron una huelga para liberarlo. Perón lo hizo traer a Buenos Aires. Peter se entrevistó con el teniente coronel Domingo Mercante, que era la sombra de Perón, y se acordó levantar la huelga y evitar los despidos. Sin embargo, como Peter no accedió a integrarse al esquema que estaba diseñando Perón, las sedes de su organización fueron allanadas, la Fede- ración fue disuelta y Peter encarcelado en los calabozos de la Policía Federal. Meses después, ya en 1944, fue deportado a Montevideo. Es relevante prestar atención a esta historia, por lo que puede haber tenido de persuasiva para otros dirigentes de la "vieja guardia". La peripecia de Peter fue una reducción a escala de la de todo el sindicalismo comunista, que terminó siendo disuelto bajo la presidencia de Perón.

Luis Monsalvo era el tercero de ese grupo inicial: pertenecía a la Unión Ferroviaria, la organización más numerosa en aque- lla época. En ese sindicato, militaba también José Domenech, que fue quien denominó a Perón "el primer trabajador". La Unión Ferroviaria fue clave por su volumen y también porque consiguió que Perón removiera al interventor militar que le había destinado el gobierno de facto. El encargado de tratar con esos sindicalistas fue Mercante, que era hijo de un obrero ferroviario.

El 23 de noviembre de 1943 es muy relevante para la histo- ria que estamos contando: ese día se crea la secretaría de Traba- jo y Previsión, al frente de la cual queda Perón, y que reúne a las siguientes dependencias del Estado: el Departamento Nacional de Trabajo; la Comisión Nacional de Casas Baratas; la Cámara de Alquileres; las secciones de Higiene Industrial y Social; la Sección Accidentes de la Caja Nacional de Pensiones y Jubila- ciones Civiles; la Comisión Asesora para la Vivienda Popular; la Junta Nacional para Combatir la Desocupación y la Comisión Honoraria de Reducciones de Indios.

El decreto de creación, el 15074, fue redactado por José Figuerola. Se trata de una figura interesante para entender la

genealogía del peronismo y su imagen del orden social. Un protagonista inevitable de cualquier historia de las relaciones entre España y la Argentina. Figuerola era un catalán nacido en 1897 -es decir, dos años después que Perón- que había estudiado derecho laboral. Durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, fue el jefe de asesores del ministro de Traba- jo Eduardo Aunós. En ese cargo, se dedicó a estudiar y regular programas sociales inspirados en la Italia de Benito Mussolini, que él visitó en varias oportunidades. El propósito de Aunós era aprovechar la fuerza de la dictadura de Primero de Rivera para establecer un nuevo orden social desde arriba: había que sofo- car la efervescencia revolucionaria de lo que se llamó el Trienio Bolchevique, que fue de 1918 a 1922. Aunós fue nombrado en 1929 presidente de la XIII Asamblea Internacional del Trabajo, con sede en Ginebra. Figuerola fue el representante de España en esa organización.

Cuando cayó la dictadura de Primo de Rivera, Aunós viajó a París 7 y Figuerola a Buenos Aires. Perón lo conoció en octubre de 1943, en la Dirección Nacional del Trabajo, donde Figuerola se encargaba, entre otras cosas, de las estadísticas. Desde esa posición impresionó al coronel con las novedades sociológicas que se estaban verificando en un Gran Buenos Aires sometido a una rápida mutación. Como su mentor Aunós, este catalán era un especialista en organizaciones profesionales de trabajadores, sobre cuyo desarrollo habían legislado con mucha amplitud en España. En 1943, Figuerola publicó un libro bajo el revelador título La colaboración social en Hispanoamérica, en el que cen- suraba al mismo tiempo la radicalización obrera y la rigidez patronal. Es obvio que Perón leyó ese material. Figuerola se convirtió en un asesor muy influyente de Perón, con un cargo


7. Aunós fue más tarde, con la dictadura de Francisco Franco, embajador en Buenos Aires, entre 1942 y 1943. Dejó la Argentina para hacerse cargo en Madrid de la cartera de Justicia.

técnico en la presidencia, hasta algún momento de 1949, en que entró en conflicto con Eva Perón, lo que lo condenó a la marginación el resto de su vida.

El otro diseñador de la secretaría fue Juan Atilio Bramuglia, que era abogado de la Unión Ferroviaria. La importancia de Bramuglia se advierte en que Perón lo convirtió en interventor de la provincia de Buenos Aires, la sede del experimento social y político que estaba llevando adelante.

El tono conceptual con el que se creaba la nueva dependen- cia se puede percibir en este pasaje del discurso de asunción de Perón: "No se percatan los gobernantes de que la indiferencia adoptada ante las contiendas sociales facilitaba la propagación de la rebeldía, resultado del olvido de los deberes en los patro- nes que, libres de la tutela estatal, sometían a los trabajadores a la única ley de su conveniencia. Los trabajadores, por su parte, al lograr el predominio de las agrupaciones sindicales, enfren- taban a la propia autoridad del Estado, pretendiendo disputar el poder político".8

Perón queda más condenado de lo que pretendía a la alian- za con el sindicalismo, por el fracaso de dos intentos de acer- camiento: el de la ucr, sobre todo en la figura de Sabattini, y el del empresariado. Para ilustrar este último existe un curio- so documento conservado por la familia Rodríguez Larreta, que fue transcripto por el diario La Nación en 1998. Allí se reconstruye una reunión del 12 de diciembre de 1944 entre Perón y un grupo de empresarios, en la que queda expresado el desacuerdo. Durante la conversación, que se fue volviendo cada vez más agresiva, Perón ofreció como un servicio públi- co su combate despiadado contra los sindicalistas afiliados al Partido Comunista. En un momento dice: "Esos dirigentes obreros comunistas son los que están hoy en Martín García y en Neuquén, porque los he metido presos a todos. Feliz-


mente tuvimos tiempo de anticiparnos a la realización de los planes que los comunistas tenían preparados. Poco tiempo después del 4 de junio debió estallar una huelga general revo- lucionaria. Pero nosotros transamos con ellos y conseguimos postergarla. Entretanto, convencido yo personalmente de que el Departamento Nacional del Trabajo estaba colocado bajo la dirección de un funcionario que no le hacía rendir buenos frutos, propicié la creación de la actual Secretaría de Traba- jo y Previsión, y pasé a actuar al frente de ella. El problema consistía en resolver la cuestión social. En realidad, frente al comunismo, sólo se puede adoptar una de las siguientes acti- tudes: 1) destruir por la violencia toda organización comunis- ta; 2) hacer a los obreros promesas que no se cumplen, como antes; 3) quitarle su razón de ser, satisfaciendo con justicia las reclamaciones obreras. Es este último el camino que yo he elegido; siempre he creído mejor hacer que desaparezcan las causas, en vez de empeñarme en destruir sus efectos".

Esas palabras de Perón revelan cómo miraba la expansión del sindicalismo como la amenaza de una revolución, similar a la que podía asomar en Europa si prevalecían gobiernos de izquierda apalancados en el avance triunfal del Ejército Rojo. Podría ser curioso para el punto de vista actual que los empresarios disintiesen con él, alegando que la dureza con el comunismo, en lugar de apaciguar al país, estaba alentando una reacción violenta. No era la única disidencia. Perón justificaba la idea de postergar el proceso electoral para garantizar la pureza de los padrones, mientras que sus interlocutores pedían que los comicios se celebraran de inmediato. Si hubiera que encontrar un episodio que materializara el conflicto entre el peronismo y las grandes empresas, habría que identificar esta reunión.9

De todas maneras, el poder del coronel se fortalece, en especial después de que, con la excusa de haber declarado la guerra al Eje, un golpe interno reemplazara como jefe del régimen militar a Pedro Pablo Ramírez por Edelmiro J. Farrell. A partir de entonces, Perón se convirtió en el hombre fuerte de esa estructura, acumulando tres cargos: vicepresi- dente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. Desde esa plataforma, impulsó un Consejo Nacional de Posguerra destinado a fortalecer el mercado interno y estimular la industrialización. En ese organismo, cuyo espíritu interven- cionista no es necesario hacer notar, quedaron integrados los sindicalistas. En la foto oficial de la creación, Perón aparece escoltado por Mercante, su brazo político ante el mundo obrero, y Figuerola, su brazo técnico. Ese consejo fue la semilla de toda la elaboración económica posterior del peronismo, hasta el giro de Alfredo Gómez Morales. A partir de su creación, la gestión laboral del régimen se volvió mucho más intensa: se firmaron cientos de convenios de trabajo, que beneficiaron sobre todo a los sindicatos de servicios y de transporte.10

Es muy relevante entender que esa hiperactividad regulatoria tenía como telón de fondo un paisaje amenazante: el de la intensísima industrialización, urbanización y proletarización del conurbano. El Gran Buenos Aires, que desde los años treinta se había visto sometido a una transfiguración impresionante, es la cuna y la sala de máquinas del peronismo. Lo es hasta hoy. El espíritu contrarrevolucionario con el que Perón lleva adelante su política de integración asoma del encuentro hubo allanamientos en las casas de varios de los contertulios. Era para buscar si había algún registro escrito de lo conversado. Rodríguez Larreta conservaba una versión taquigráfica, que se salvó porque su esposa, aquí y allá, pero en ningún texto aparece expuesto con mayor claridad que en el célebre discurso de la Bolsa de Comercio, que tanto incomoda a la izquierda peronista. Vayamos a esas palabras que condensan el sentido conservador, estabilizante, de la operación peronista:

Es un grave error creer que el sindicalismo es un perjuicio para el patrón. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros en forma directa: es el medio para llegar a un acuerdo y suprimir las huelgas [además] al Estado le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y dirigir [...] Pueden venir días de agitación [...] Está en manos de nosotros hacer que la situación termine antes de llegar a ese extremo [la guerra civil] en el cual todos los argentinos tendrán algo que perder, pérdida que será directamente proporcional a lo que cada uno posea.

Es necesario dar a los obreros lo que estos merecen por su trabajo y lo que necesitan para vivir dignamente, a lo que ningún hombre de buenos sentimientos puede oponerse [...] Es necesario saber dar un 30 por ciento a tiempo a perder todo a posteriori.11

El vértigo de ese movimiento, que toma vida en un sistema para el cual la acción sindical solía ser motivo de la pérdida del empleo, explica la intensidad del rechazo que produjo. La legislación sobre indemnización por despido y sobre jubilaciones empieza a ganar para el régimen la adversidad creciente de sectores del establishment empresarial, encabezados por la Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial Argentina (uia). El foco del repudio está puesto en el papel que comienzan a tener los sindicatos en la vida del país.

Además de las novedades legislativas, que fueron muy accesibles para un régimen que funcionaba sin Congreso, se empezó a notar la vocación política de Perón. El 1º de mayo de 1945 se celebró la figura del coronel con una manifestación ante la secretaría, a la que Perón responde con un discurso que incluyó este párrafo:

Conozco bien los linderos que separan la reivindicación obrera de índole económico-social de otra que aspira al dominio del proletariado: conozco qué tan peligroso es para nuestra paz interna el extremista que aspira al triunfo para vengarse de las injusticias recibidas como el potentado que financia las fuerzas opositoras al pueblo. Y conozco cuánto más peligrosa es la alianza entre unos y otros, cuando a toda costa pretenden apoderarse del poder con la secreta esperanza de sacarse del medio al aliado para quedar como único dueño y señor de la situación.12

El acto del Día del Trabajador fue el punto de partida de un crescendo conflictivo que desembocó en la gran crisis de octubre. El 15 de junio, trescientas entidades patronales divulgaron el "Manifiesto de la Industria y el Comercio". Para comprender el clima de esta fisura, hay que tener presentes algunas fechas: entre el 19 y el 25 de agosto de 1944, se había producido la liberación de París; el 30 de abril de 1945, se suicidó Adolf Hitler, y el 8 de mayo Alemania se rinde sin condiciones. No debe sorprender, entonces, que la solicitada que por esos días publicó la Rural quejándose de la administración laboral peronista estuviera plagada de citas de Churchill y Truman.

Torre pone la lupa en este momento de la saga: considera que el manifiesto empresarial abrió paso a una fase distinta del conflicto político, que estuvo signada por la novedad de que el 12 de julio, por primera vez, los sindicatos apoyaron al régimen militar, haciendo caso omiso de la naturaleza política e ideológica de ese régimen, en defensa de las ventajas que obtuvieron de él.

Es importante detectar que cada actor está buscando su propio contorno en una escena sometida a una mutación de gran velocidad. Los sindicalistas también buscaron un puente con la UCR y el socialismo, en un movimiento casi simétrico al de Perón. Él no quería exagerar la dependencia sindical, los sindicatos no querían quedar absorbidos por el régimen. Los gremialistas no obtuvieron esa recepción. Es más, el socialismo nunca toleró la autonomía de la fuerza sindical que llevaba en su propio seno. Estos rasgos son cruciales para entender lo que sucedió en la Argentina entre 1943 y 1945: ni el empresariado ni la dirigencia política opositora habían registrado la transfor- mación que se había llevado adelante en el país, en especial en los cada vez más extensos suburbios industriales de la ciudad de Buenos Aires. Esa ceguera es determinante para entender el avance de Perón.

Aquel 12 de julio las organizaciones gremiales se manifestaron en defensa del gobierno, que era en defensa de Perón. Bancarios, empleados de comercio y del seguro, telefónicos, la Unión Ferroviaria, la Unión Tranviaria se lanzaron a una guerra de solicitadas contra las entidades empresariales y realizaron concentraciones en Monserrat, el Congreso y la plaza San Martín, para dirigirse después hacia Diagonal Norte y Florida, donde se llevó a cabo un acto en el que hablaron Borlenghi y Manuel Pichel, que era tesorero de la Unión Ferroviaria. Ambos reivindicaron la tarea de Perón sin mencionarlo. La manifestación siguió hasta la secretaría, y el coronel salió a saludar.14

1. Eduardo Chávez Molina y Jésica Lorena Pla, "Distribución del ingreso y de la riqueza material", en: Juan Ignacio Piovani y Agustín Salvia, Coordinadores. La argentina en el siglo XXI. Cómo somos, vivimos y convivimos en una sociedad desigual. Encuesta nacional sobre la estructura social, Buenos Aires, Siglo xxi, 2018; pp 87 y ss.

1. Félix Luna, El 45, Buenos Aires, Sudamaericana, 2012, p. 288.

2. Ibid., p. 290.

3. Alfredo Andrés, Palabras de Leopoldo Marechal, 1968, cit. en Luna, op. cit., p. 291.

5. Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón: sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2006, p. 54.

9. Para la reunión, Perón se hizo acompañar por Figuerola. El organizador, Mauro Herlitzka, era muy cercano al entonces coronel. 

11. Ibid., p. 82.

12. Luna, op. cit., p. 154.

13. Torre, op. cit., p. 94.

14. Luna, op. cit., p. 158.

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