Empresas estatales: cómo hacer para que el dinero vaya en el sentido correcto (de la compañía al fisco y no viceversa)

El Estado al frente de proyectos empresariales importantes no ha tenido éxito y generalmente anda a los tumbos. Pero no pasa sólo en la Argentina, hasta en los casos más "exitosos" las empresas estatales tienen ciertos vicios.

No sé ustedes, pero siempre he tenido la impresión que el Estado anda lento y el privado agiliza todos los procesos. Cuando el Estado construye un edificio, en el tiempo que tarda, el privado hizo tres o cuatro. Esa diferencia radica fundamentalmente en que detrás de la empresa privada -del rubro que sea- hay personas físicas que quieren ganar dinero y hacer rendir sus inversiones, por lo que no están para perder tiempo. En cambio, cuando se trata del Estado, no están esas personas físicas, porque la plata es de todos, pero al mismo tiempo no es de nadie y no existe esa "presión" por los resultados.

Un ejemplo claro de eso es Aerolíneas Argentinas, una empresa que lleva años de déficit y que es un gasto altísimo para el Estado. A pesar de eso, sigue para adelante con sus estadísticas negras porque se mantiene con el dinero de la caja a la que todos aportamos y no hay ningún individuo particular que haga presión por mejorar la situación.

YPF, por ejemplo, el gran orgullo energético argentino tiene un valor de apenas US$3.000 millones y sus resultados no son los mejores, tanto así que con la caída del precio del crudo en marzo su valor cayó a los US$1.000. Cuando se expropió Cristina acordó pagar US$5000 millones a Repsol por el 51% de las acciones de la compañía. Entonces, desde que el Estado puso las manos sobre la compañía fue hacia abajo, de acuerdo a lo que dicen las frías cifras.

El principal problema, desde mi punto de vista, es que en mayor o menor medida, la administración de una empresa del Estado, por más prolija que resulte, no puede evitar que exista una intervención de la política partidaria. De esta forma, mientras mayor sea el grado de corrupción de un país o mientras más grande sea el aparato estatal, más probabilidades hay de que el negocio en torno a la compañía se torne insuficiente para cubrir los gastos que genera la política.

Es decir, mientras más mete manos la política, peores serán los resultados porque en las decisiones que se toman está primero la cuestión partidaria, el pago de favores y el acomodo de los militantes, antes que los resultados operativos que permitan que la empresa sea una aportante para las arcas del Estado y no un gasto. El fracaso de la administración estatal se consuma cuando una compañía no aporta dinero al fisco y, en cambio, necesita de aportes de la billetera que maneja el Ejecutivo para su subsistencia.

Igualmente, hasta en los casos más exitosos hay ciertos vicios, aunque no terminan por hacer que las empresas estatales sean un mal negocio.

Si cruzamos la cordillera encontramos un ejemplo de empresa estatal exitosa, pero no perfecta. Codelco (Corporación del Cobre) es la empresa minera chilena que, a pesar de pertenecer en un 100% al Estado, es la mayor productora mundial de cobre y logra que el dinero vaya en el sentido correcto. Desde la empresa al fisco y no viceversa.

Igualmente, y aunque desde 1976 entregó más de 115 mil millones de dólares al Estado trasandino, también tiene vicios en sus operaciones, aunque en un nivel mucho menor que en otros lugares. Eso, es algo que va de la mano con el menor nivel de corrupción y de participación en política partidaria que existe en el vecino país.

Su problema más importante puede ser el exceso de personal, porque tiene costos de producción más altos que sus pares privadas, pero aún así le permite seguir aportando a la economía trasandina y a su principal exportación. La empresa tiene un valor en la actualidad de US$55.000 millones, precio impulsado por los proyectos que tiene en marcha.

La clave para el éxito es que Codelco desde sus inicios se manejó como si se tratara de una empresa privada, compitiendo de igual a igual con las firmas internacionales, llegando incluso a invertir en proyectos mineros en otros países. Con el tiempo no se pudo evitar que un grado de política se inmiscuyera, pero no tanta como para dar vuelta el sentido del dinero y manteniendo durante décadas a la compañía como una generadora de divisas para las arcas fiscales.

La clave para el éxito de una empresa estatal, como podría ser Vicentin o una futura YPF minera, será mantener a las ambiciosas manos de la política partidaria lejos de su funcionamiento. Mientras más lejos estén, mejor le irá y mantendrán el movimiento de dinero en el sentido correcto, desde la empresa al Estado.

Se trata de una tarea muy difícil en un país como la Argentina, pero que tiene siempre un primer punto de partida al poner a personas calificadas y con altos perfiles técnicos en los lugares fundamentales de las empresas del Estado es el primer paso. En el caso de Vicentin, la clave para comenzar a entender lo que se quiere hacer está en el interventor, el primer nombramiento que viene desde el mundo de la política. La mirada hoy tiene que estar puesta ahí para comenzar a ver si -en caso que se expropie y pase al Estado- será o no un proyecto exitoso.

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