Bravo, familia climatizadora: "Estamos dispuestos a capacitar para que la gente tenga trabajo"

La familia Bravo, con Omar Bravo y Susana Díaz a la cabeza, impulsan una microempresa de climatización que se ha abierto su lugar con esfuerzo.

Equipo Memo

En la foto vas a ver a Omar Bravo, su hijo del mismo nombre y su nieta, Justina. No está Susana, su esposa, porque no le gustan las fotos. Tampoco otros dos hijos que ayudan en el engranaje familiar: Constanza y Facundo; falta también Natalia, la nuera. Todos son Bravo Climatización y funcionan con sede en calles Salta 491 de Godoy Cruz.

El comienzo está lejos en el tiempo, cuando se obligaron a trabajar para ayudar a la familia. Hoy muy pocos desconocen su trabajo y compromiso. No hay secretos: hay horas de laburo como soporte.

Los Bravo dieron su testimonio de vida, de sacrificio, esfuerzo y de esperanzas, a pesar de todo.

- ¿Cómo, cuándo y por qué empezó con la actividad?

- Cuando tenía 15 años, a mi padre le dio un ACV. Tuve que abandonar el segundo año del Colegio Don Bosco y empecé a trabajar. La familia lo necesitaba. Entré a un taller que estaba en el barrio Ujemvi de Las Heras que se llamaba El Conde. Allí hacíamos estufas a leña. De ahí, un día iba caminando por la calle San Martín y nos cruzamos con un ingeniero que necesitaba gente para trabajar en el proyecto del hospital Lagomaggiore. Nos convocó y empezamos el trabajo con amigos para la constructora D'Ascanio. Ya teníamos 16 años y estábamos en blanco, con la libreta del fondo de desempleo.

- ¿Cómo hacían?

- Nos veníamos desde El Algarrobal hasta el Parque en bicicleta. Por eso para entrar a las 7.30 a marcar tarjeta, tenía que salir a las 6 de la mañana, invierno y verano, y levantarme a las 5 y media, más o menos.

- ¿Y lo hacía con ganas?

- ¡Por supuesto! A las 4 de la tarde marcábamos de nuevo tarjeta, ya que habíamos terminado el primer turno. Pero hacíamos horas extra hasta las 20. En el horario de comer, que era una hora, jugábamos a las damas en la capilla, que estaba en construcción, contra un chileno a quien era imposible ganarle. Igual, nos dejaba perder y cuando le quedaban dos fichas, nos reventaba. Aprendimos que para poder ganar, muchas veces hay que empezar perdiendo. Después, recordando que éramos solo adolescentes necesitados de trabajar, llegábamos a la casa, calentábamos agua y nos bañábamos para ir a esperar el micro y visitar a alguna novia. Una o dos veces a la semana, porque terminaba muy cansado.

- ¿Qué pasó cuando terminó el Lagomaggiore?

- Terminamos la obra y con el fondo de desempleo, me compré una moto y junto a mi compañero éramos llamados "Los moto chaperos". El próximo trabajo que conseguimos fue una empresa de aire acondicionado que necesitaba a alguien que les fabricara los conductos, Rimar Termomecánica, y nosotros nos hicimos cargo de todo lo que era el taller, ya con 18 años, con lo que empezamos de algún modo a profesionalizarnos. Trabajamos varios años en Morón y San Martín con muy buena relación con la empresa. Cuando pude, me abrí por mi cuenta junto a mi socio. Por esa época llegaba la firma York a la Argentina, vio nuestro empuje y capacidades y nos dio la representación. Fuimos dealers de York en el país, siendo una de las empresas que más equipos instalamos en esa década, en los años 90, trabajando en Jujuy, Salta, Catamarca y varios lugares más. Nos convocaban cadenas de comercios para realizar sus instalaciones de climatización íntegras. 

- ¿Cómo se llegan a constituir en una empresa?

- Con mucho sacrificio y mucho laburo, trabajando 16 por días. Hay que ser "desmentalizado" para embarcarse en eso. Nada te acompaña. Mejor, no saber de economía y tener muchísimas ganas de progresar. Después cada socio se separó y siguió por su lado.

- ¿Que hacen ahora?

- Somos dealers de Trane Argentina, y con ellos hemos avanzado en obras importantes como el hospital de La Paz, mercados persas, centros comerciales, la Nave Cultural, la cárcel de Cacheuta, el centro de distribución de Chester, reformas en la Municipalidad de Godoy Cruz y la mediateca Manuel Belgrano, y muchísimas casas particulares. Tenemos una red de clientes con quienes hemos llegado a construir una confianza total a lo largo de los años. Siempre hemos tenido la buena suerte de cruzarnos con buena gente en la vida. 

- ¿Cómo se sumó el resto de la familia?

- Mi esposa Susana hace la parte administrativa y mi hijo Omar, la parte técnica en la oficina. De a poco se suma la nieta, Justina, que nos da alegrías jugando en el lugar de trabajo.

- ¿Cómo ve a Mendoza y cómo le gustaría que esté?

- Para mí, Mendoza es una isla. Estamos mejor en muchas cosas que el resto del país, por una cuestión del "ser" mendocino, de la idiosincracia, me parece. Lo único, es imposible tener empleados. Todo está hecho para no tener empleados en blanco: las inspecciones, el acoso, los costos laborales, la persecución. Estoy de acuerdo con que el empresario tiene que pagarle el sueldo correspondiente y si no, ir preso. Pero lo que hay con las cargas sociales es inaudito, ya que de algún modo lo pagamos ya con los planes sociales. Podríamos perfectamente tomar a las personas que reciben planes como empleados, y hacer una escuela de formación. Lo hemos hecho con mucha gente. Los que aprendieron conmigo hoy son microempresarios también. Pero es necesario que alguien haga algo para que no sea mala palabra dar trabajo real.

- ¿Qué le pediría al próximo gobernador?

- Que haga algo con esto que acabo de decir. Somos esclavos de un sistema que está mal. A veces tomamos empleados que afirman que son capaces de poner en órbita un satélite, pero cuando te das cuenta de que no, de que no sabe nada ni son capaces de aprender, no lo podés reemplazar por el que sí te hace falta. Es un sacrificio diario seguir generando trabajo.

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